Relato ganador del Concurso de Relato y Poesía 2010 organizado por el Departamento de Lengua Castellana y Literatura
Por Alba Villarejo Villar, 2.º A de ESO
Mario, pasea inquieto por la habitación, mira a su padre con ansiedad pero no se atreve a preguntar para no interrumpir. El padre trabaja pensando, solo faltan algunos lazos, se le veía disfrutar con lo que hacía. Pone el último, la levanta sobre su cabeza, le pasa la mano con mimo y la mira incluso con cariño.
-Ha quedado muy bonita, ahora falta la prueba final.
-Mario… Tu cometa está lista, vete a probarla, hazla volar.
El niño coge su precioso regalo y sale corriendo, no puede esperar ni un segundo más. Llega a la pradera casi sin aliento. Comprueba la dirección del viento y va soltando el hilo poco a poco, hasta que la cometa comienza a elevarse. Aunque algo dubitativa: pri-mero sube con rapidez, luego parece caer sin control, pero finalmente remonta su vuelo. Hay una ligera brisa que la empuja con suavidad y la cometa sube, sube… Mario la mira embelesado.
-Eres preciosa -le dice.
Sus vivos colores brillan con el Sol, se ondula, cabecea, hasta parece saludarle y su larga cola baila sin parar. Mientras, Mario corre por el campo sin perderla de vista. De pronto la cometa se para, parece mirarle unos segundos y lentamente comienza a elevarse más y más… No consigue sujetarla y Mario la mira angustiado hasta perderla de vista. La cometa vuela pos sí sola. El viento la lleva lejos, muy lejos de donde estaba. La imagen que veía desde lo alto la puso muy triste. El Sol calentaba con fuerza, a pesar de ser media tarde, los niños negritos llevaban pesadas vasijas de agua sobre sus cabezas y aún les quedaba mucho camino hasta su poblado. Con la cometa llegó el viento, eso les aliviaba el calor.
-¡Algo vuela en el horizonte! Se va acercando, tal vez sea un águila.
-¡Eh! Es un pájaro de papel brillante con una larga cola llena de lazos-dice Kamir.
La cometa se gira y empieza a volar delante de ellos.
-¡Kamir, intenta cogerla!- le grita Lita.
-No puedo, corre demasiado.
Todos ríen, es divertido, sube, baja, ahora corre, ahora se para, juega con ellos… Kamir, Lita, Masu… Todos la siguen entre carrerillas intentando cogerla. Antes de que se dieran cuenta habían llegado al poblado. La cometa hace una última pirueta, se eleva y comienza a alejarse suavemente. Los chicos la despiden con pena.
-¡Adiós, adiós! Les ha gustado tanto que les cuentan a los mayores lo que han visto y con lo poco que tienen pasan el tiempo intentando hacer una parecida. El viento sigue y la cometa con él. Al cabo de unas horas se encuentra en el cielo de una ciudad. Recostado en una cama, Álex mira la televisión sin poner mucha atención. Las tardes en el hospital son largas y aburridas. Tiene la habitación llena de juguetes, pero ya han perdido su encanto, ya ha tenido tiempo para descifrar todos sus misterios. La enfermera acaba de entrar.
-Hola Álex, ¿has dormido la siesta? Te abriré un poco la ventana para que entre el Sol.
Álex asiente sin responder, todo le daba igual. De pronto ve que algo cuelga desde el piso de arriba, se incorpora un poco, siente curiosidad, poco a poco va tapando la ventana.
-Es algo grande, brillante, rojo, verde, un poco dorado y se mueve lentamente- dice Álex muy excitado.
-¡Pero, si es una cometa! -Da un salto de la cama.- ¡Si pudiera cogerla!
La cometa se acerca a la ventana, se inclina y saluda al niño.
-¡Qué bonita!- le dice a la cometa.
Álex ríe por primera vez en muchos días. Llevan largo rato jugando, la cometa dibujando ondas en el aire, el niño disfrutando de su compañía, pero está muy cansado. Sus párpados empiezan a caer, lucha por abrirlos pero al final se abandona a un sueño profundo y lleno de ilusiones… La cometa se eleva, vuela y vuela, repartiendo ilusiones por donde pasa. Es media tarde, recoge su vieja pelota y se dirige a la puerta.
-¡ Mama , me voy a jugar!
-No te metas en líos y no vuelvas tarde.
Su madre lo ve salir como cada tarde y la inquietud comienza a invadirla, como cada día, hasta que le ve entrar de nuevo por la puerta. El recuerdo de su hermano al que no ha vuelto a ver , la angustia y quisiera tener a su pequeño siempre junto a ella, pero comprende que es un niño y necesita jugar. Viven en una barriada pobre donde falta de todo y sobran muchas cosas peligrosas, sobre todo para los chicos. Pablo llega a la plaza y empieza a botar su pelota junto a una canasta; jugará solo, echa de menos a su amigo y a su hermano de los que hace mucho que no sabe nada. Ya han llegado los otros chicos que siempre le miran por encima del hombro. Ellos, con sus zapatillas relucientes y su ropa de marca, se sienten superiores, tal vez algún día cuando sepan como consiguen sus padres el dinero... Hoy la pelota no quiere pasar por el aro, está empezando a aburrirse. Vuelve a recogerla del suelo y cuando se levanta, algo roza su cara.
-Seguro que me han tirado algo- piensa.
Pero no le ha hecho daño, más bien es como una caricia. Vuelve a rozarle , ahora el pelo. Levanta sus ojos. Una cometa preciosa se mantiene sobre su cabeza , parece mirarlo y esperar. Intenta atraparla por la cola, pero en ese momento hace un giro y se eleva. Sé queda a media altura meciéndose con la brisa.
-¡Que curioso!- piensa Pablo, apenas hay viento. Vuelve a botar y de nuevo intenta el tiro, parece que otra vez va a fallar, pero entonces con mucha rapidez, la cometa baja, toca la pelota con la cola y como si la impulsara la acompaña hasta pasar por el aro. Pablo la mira sorprendido.
-Va, será una casualidad- se dice. Empieza a pelotear de nuevo ,la cometa se acerca y comienza a girar a su alrededor, moviendo su larga cola llena de lazos. Pablo intenta esquivarla, lanza y de nuevo la cometa acompaña el tiro hasta que pasa por el aro. Una y otra vez Pablo repite la jugada, la cometa sigue zigzagueando a su alrededor, con cada nueva canasta se eleva ,hace una serpentina, como si lo celebrara, y de nuevo se mantiene a la espera. Pablo está asombrado, haga lo que haga, la cometa lo sigue y acompaña. Está divirtiéndose, ha encontrado una buena compañera de juegos. Pelotea, regatea, tira; la cometa, se enreda alrededor de la pelota, la esquiva, le da un golpecito, ahora con la cola, ahora con un ala, culebrea, recorta, sube y baja lenta o rápidamente al ritmo que Pablo juega. Hacía mucho tiempo que no se lo pasaba tan bien. Es fantástico poder jugar con alguien. Está anocheciendo y tiene que regresar, no quiere que su madre se preocupe. Intenta coger la cometa para llevársela a casa; pero entonces se eleva y no llega hasta su cola, vuelve a intentarlo pero al final desiste. Empieza a caminar y la cometa le sigue. Echa a correr y la cometa corre con el. Va dando saltos y la cometa hace piruetas sobre su cabeza. Ahora coge velocidad se retuerce, sube, baja. Ahora en cambio se mece con mucha suavidad. ¡Es fantástica! Pablo está entusiasmado, está llegando a su casa; llamará a su madre para que la vea.
-¡Mama, mama!- grita en la puerta.
La madre sale asustada.
-¿Te ha pasado algo?
-Mira- señala el cielo.
La madre contempla esa maravilla de colores, ve el brillo de felicidad en los ojos de su hijo. Hoy Pablo, a pesar de la miseria de su pequeña casa, tendrá un motivo para soñar. Su madre la mira y desde el fondo de su alma le da las gracias por la sonrisa de su hijo. La cometa se inclina hacia ellos, vuelve a acariciar con su cola a Pablo y lentamente se eleva, hasta perderse en el cielo. Le queda un largo camino, hay muchos niños a los que llevar la ilusión y la sonrisa. Recorrerá el cielo de todos los lugares donde un niño se sienta solo y triste, vaciará su corazón repartiendo paz y felicidad y cuando acabe su tarea, solo entonces, regresará junto a Mario y compartirá sus juegos para siempre. Mario ha estado jugando al balón con sus amigos, ya casi todos se habían ido a casa; él descansa tumbado sobre la hierba, con los ojos cerrados sueña con aquella cometa que hace tiempo escapó de sus manos. Lleva un rato así pero empezó a hacer frío, abre los ojos y no puede creer lo que está viendo.
-¡Ay va! ¿Estaré soñando? Allí estaba, balanceándose sobre su cabeza, como esperando.
-¡Es mi cometa, es mi cometa!
Dando saltos de alegría. La cometa empieza a descender hasta caer dulcemente en sus pies. La coge, la mira y remira, estaba un poco descolorida, había perdido algunos lazos pero no le cabía duda de que era su cometa. Había recorrido un largo camino. Mario corre hacia su casa con un tesoro bajo el brazo. Está tan excitado que apenas puede hablar. Se lo muestra a su padre.
-¡Mira, ha vuelto sola, después de tanto tiempo!
-¿Dónde habrá estado? Su padre lo mira con ternura, solo él conoce el secreto, y cogiendo la cometa, acariciándola, le susurra…
-Lo has hecho muy bien. Sonriendo mira a su hijo.
-Hijo, cada uno nacemos con un cometido:
EL SUYO ES VOLAR
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Relato que recibió el accésit en el Concurso de Relato y Poesía 2010 organizado por el Departamento de Lengua Castellana y Literatura
Por Martín Molezuelas Ferreras, 4.º A de ESO
Aldira es un barrio muy poco conocido de una ciudad muy conocida. Como suele pasar en esta clase de barrios, la pobreza reluce en todas partes, abundan la delincuencia y el asesinato y apenas hay personas honradas. Yo me considero una de esas personas, y como persona honrada, creo que mi deber es acabar con la miseria en este lugar.
Yo estoy absolutamente sólo, no tengo familia viva y no soy amigo de nadie porque aquí suelen ser los amigos los que apuñalan literalmente por la espalda cuando les conviene. Mi vida hasta hoy consiste solamente en buscar la manera de acabar con la desgracia en este barrio. Pero hasta ahora nada ha funcionado. Y creo que pronto me desesperaré.
Entre las chabolas de Aldira pasan cosas extrañas y horribles que es mejor evitar. Además, si uno quiere comer en Aldira debe trabajar duro por apenas una comida al día. Por supuesto, quien nace en este barrio no suele salir muy a menudo de él, ya que la ciudad es lo suficientemente pobre como para no poder proporcionarnos un lugar en otro sitio y lo suficientemente famosa como para no poder permitir que hordas de indi-gentes raquíticos se arras-tren por las calles asustando a los turistas.
Yo me gano la vida como enfermero, uno de los pocos que hay aquí, y que apenas tiene idea del oficio. Es una forma honrada y miserable de sobrevivir. Los que de ver-dad tienen dinero en Aldira son los camellos, sicarios, líderes de bandas crueles y en algunos casos, ladrones y prostitutas. Mentiría si dije-ra que no he deseado matar a alguno de esos prepotentes y absurdos idiotas que se creen algo por pertenecer a una banda de asesinos cuando llegan heridos a mi camilla. Y es que si uno quiere evitar muertes inocentes, debe provocar muertes culpables. Esto funciona así en Aldira. Podéis llamar-me sádico si queréis, pero yo tengo claros mis conceptos.
Los únicos seres cercanos destacables en mi vida son mis vecinos. Insisto en que no tengo ningún amigo, pero estas personas son realmente amistosas, y tratan de acompañarme en el día a día. Padre, madre, hijo mayor, hijo mediano e hija menor. El marido y el hijo mayor logran sacar dinero a duras penas de una frutería vendiendo mercancías en un buen estado cuestionable, pero de lo mejor que en Aldira se podría encontrar. El hijo mediano suele venir a ayudarme al hospital. La madre se queda en casa cuidando de la niña pequeña y haciendo las labores de casa. Son personas humildes y trabajadoras, algo poco común en el barrio, y por ello merecen mi respeto y disposición. Son seres que realmente no querría que desaparecieran.
Aldira es un barrio muy poco conocido de una ciudad muy conocida. Como suele pasar en esta clase de barrios, hay muchos habilidosos del crimen que se venden al mejor postor, muchos idiotas que se creen inmunes cuando están dentro de una banda, muchas vidas realmente desesperadas por algo de dinero y solamente un puñado de auténticos líderes. Yo me considero uno de esos líderes, y como líder que soy, creo que mi deber es hacerme con el control de todas las bandas y lugares de este barrio.
Mi vida podría resumirse como un continuo intento y plan de ascender al trono de Aldira. El hecho de ser el verdadero jefe de Aldira significaría el poder total para hacer cualquier cosa al margen de la ley, sobre el vacío de poder, apoyado en el dinero que proporcionan los negocios sucios de este pequeño infierno. Y ese es mi más ambicioso propósito. Poder hacer y deshacer con toda libertad e impunidad.
En principio, las bases para construir una banda algo estable son sencillas. Simplemente hay que dar dinero a los habilidosos del crimen, seguridad a los idiotas que buscan banda y una razón poderosa a los desesperados hambrientos para que no vean este negocio como algo despreciable, sino como un trabajo igual que cualquier otro. El dinero se puede recaudar fabricando y vendiendo droga o atracando bares y restaurantes. Hay muchas otras formas, pero esas dos fueron las que yo utilicé. Una vez que uno gane el control de una banda algo fuerte, debe pugnar para que esa banda vaya cobrando importancia y solidez en el barrio, a la vez que infunda miedo entre los que no pertenecen a ningún grupo. Aquí es donde se nota la diferencia entre buenos y malos líderes. Los clanes de los malos líderes nunca llegan a ser relevantes y son derrocados y disueltos en poco tiempo, mientras que los buenos líderes saben controlar a sus hombres y crear buenas estratagemas para que sus bandas puedan prosperar en el barrio durante años.
Yo estoy al frente ya de una banda conviderablemente abundante y hábil, que controla una parte importante del barrio. Y ahora apuntamos hacia lo más alto. Personalmente, creo que soy mejor que otros líderes de bandas que, a pesar de saber dirigirlas, no saben tratar a sus componentes con cierta simpatía, estando ellos disgustados e indecisos en algunos casos. Yo sigo con mis subordinados una camaradería que crea confianza y determinación, haciendo nuestra unión sólida como la roca. Eso es lo que me hace pensar que yo pueda fácilmente ascender al poder absoluto de Aldira. Eso y nuestros planes de futuro, por supuesto. Mis ayudantes y yo hemos tenido una idea con la cual eliminar a las bandas más poderosas de Aldira será pan comido.
Hoy me dirijo caminando a casa desde el hospital, acompañado de Tom, el hijo mediano de mi vecino. El chico tiene a penas doce años, pero es muy mañoso en los trabajos de medicina. De mayor quiere ser médico. Pero no en Aldira, claro.
Cuando apenas nos separan cien metros de la casa de mi vecino, nos de-tenemos y nos escondemos tras un contenedor. Frente a la casa hay una furgoneta aparcada con los símbolos de una conocida banda de Aldira. De ella salen tres hombres armados. Llaman a la puerta. El padre sale. “¿Eres el maldito frutero que vende fruta podrida a mis chicos?”, dice el que parece el líder. “Sí”, tartamudea el padre. Sabe que es mejor no llevarles la contraria, recibir el castigo, y dejarlos marchar otra vez. “¿Sabes que por tu culpa muchos de mis chicos están tan jodidamente enfermos que no pueden ni salir de los locales para ganarse el pan?” ruge amenazante el líder. Esto puede parecer irónico, pero tanto el padre como Tom están comenzando a sudar abundantemente. “Lo siento…” bal-bucea sumiso el padre. “Oh, sí, claro que lo sientes”. Y sin mediar más palabra, los tres hombres disparan sus armas automáticas contra el padre, que cae abatido. Luego la emprenden a tiros contra la casa. Tom rompe en gritos que el estruendo de las armas silencia e intenta correr para ayudar a su familia, pero yo le sujeto con fuerza y le tapo la boca. Si nos ven estamos muertos. Veo sin aliento como el hijo mayor trata de salir por la puerta lateral de la casa con la hija pequeña en brazos. Pero el líder ya ha doblado la esquina y antes de que el chaval pueda comenzar a correr, una ráfaga de metal se cierne sobre él y su hermana. Los dos caen al suelo ensangrentados. Le tapo también los ojos a Tom. Unos segundos después se oye un nuevo grito desde el interior de la casa. Ahora los tres hombres suben de nuevo a la furgoneta y desaparecen de allí en un suspiro. Dejo que Tom corra hacia su familia.
La calle se llena de curiosos atraídos por el sonido de las balas. Tom corre hacia su hermano y su hermana. Veo como después de arrodillarse a su lado, la pequeña, con la boca ensangrentada, mueve la mano hacia la mejilla de Tom, que llora desesperado. Cuando apenas ha rozado su cara, su brazo se desploma sobre su vientre, inerte. Tardo poco en comprobar impotente que toda la familia ha muerto. Tom, agarrado al cadáver de su hermana, llora y grita hacia el cielo. Yo, en medio de aquella carnicería sin sentido, y viendo pasar frente a mí todos mis planes fra-casados de acabar con la miseria en Aldira, recor-dando de nuevo mi deber como persona honrada, hago honor a mis esti-maciones y, oficialmente, me desespero. Y pronto me doy cuenta de lo asombro-samente sugerente que es la desesperación.
Tal vez me haya pasado con ese condenado frutero, pero ese idiota ha hecho que mis empleados no hayan podido trabajar. Algunos de ellos están realmente enfermos, y tal vez mueran por su culpa. Si a esto juntamos las bajas con las que acabó el intento de robo del camión de explosivos de la Banda de Merlo hace unas semanas, puede que nuestro plan corra peligro por falta de personal. Además, no logramos quedarnos con esos explosivos. Según he deducido, después de que mis enviados y los de la Banda de Merlo acabaran de matarse entre ellos, alguna banda oportunista se había apoderado del material. Y ese material es a la vez muy caro y muy potente. Lo suficiente como para empezar a temer a esa pobre banda del tres al cuarto.
Aun así, la operación sigue en pie. Nuestros acuerdos con la Banda de Gurque están más activos que nunca, y pronto nuestra alianza se alzará sobre todas las demás bandas. Y cuando esto ocurra, estaré casi a un paso de ser el jefe de Aldira. Mi habilidad para simpatizar con mis súbditos me ayudará a perdurar en mi trono.
En Aldira se podría decir que hay cuatro bandas principales. La de Gurque, con la que pretendemos lograr el acuerdo; la de Merlo, que a pesar de ser influyente, está bastante menguada debido al robo del camión y a la matanza que se produjo aquel día; la de Gran Aldira, que es en estos momentos la más poderosa del barrio; y por último, mi banda, que va creciendo a pasos agigantados. Nuestra alianza con Gurque va a ser el golpe de gracia, lo que nos va a llevar a la victoria sobre las otras dos bandas.
La furgoneta se detiene junto al centro de reunión de los seguidores de Gurque. Bajamos los tres y el conductor. El centro de reunión de Gurque es una construcción considerable-mente grande, pero nada en comparación con el de Gran Aldira. Penetramos en el edificio seguidos muy de cerca por los vigilantes. Vamos armados, pero no amenazadores. Estando allí, Gurque podría eliminarnos con solamente chasquear sus dedos. Pero no lo haría. El también sabe que una alianza entre nosotros nos lleva-ría al liderazgo.
Gurque nos recibe afable, sin mostrar ningún tipo de diferencia hacia mí y mis escoltas. Él es quien me ha hecho llamar a esa reunión de líderes, así que espero a que sea él el que comience a exponer los motivos del encuentro. Pero como no abre la boca, pienso que tal vez deba empezar a hablas yo. “¿Hay acuerdo?” pregunto, sin más preámbulos. El leve aunque entusiasmado asentimiento de Gurque y su cara de reprimida alegría me sirven para saber que el sí es rotundo. Sorprendido, muestro mi mejor sonrisa. Pensaba que esto iba a ir mucho más lento.
Hace unas semanas, cerca del hospital, por la noche, hubo un tiroteo entre bandas. Tras el estruendo de las últimas balas, decidí ir a comprobar lo que pasaba y a rescatar heridos con la única ambulancia de la que disponíamos. Allí me encontré con una auténtica matanza. Al menos veinticinco cadáveres yacían tiroteados en el asfalto en torno a un camión blindado de considerable tamaño. Me acerqué aun más. Un hombre moribundo trataba de incorporarse junto a la cabina del camión. Cuando me vio me apuntó con su pistola temblorosamente, pero antes de que pudiera disparar, su lánguido brazo se desplomó, y el hombre cayó al suelo. Cuando me acerqué, comprobé que había muerto. Aunque quizás no debería haberlo hecho, me atreví a comprobar la mercancía de aquel camión antes de largarme, sólo por curiosidad. El tranque de la puerta de atrás estaba des-trozado por los balazos, así que no me costó abrirla. Dentro, vi algo que me sorprendió. Una innombrable cantidad de explosivos y demás artefactos destructivos descansaban en el interior. En cuanto los vi, pensé que mi deber como persona honrada era no permitir que esos artilugios llegaran a alguna banda sangrienta para que ésta los usara para destruir a sus contrincantes. Cuando me subí en la cabina y comprobé asombrado que el camión aún podía arrancar, sólo pensaba en que guardándolos estaba evitando una probable masacre.
Me llevé los explosivos a un almacén abandonado cerca de mi casa y luego volví a aparcar el camión en el mismo lugar en el que lo encontré. El escaso personal del hospital se extrañó de mi tardanza, pero no hizo más preguntas. Pensarían que había estado buscando algún resquicio de vida entre los cuerpos que salpicaban la calle.
Juro que yo me quedé con esos explosivos sólo para que ninguna de esas bandas los hallara y se dedicara al asesinato en masa, y que pensaba deshacerme de ellos en cuanto pudiera. De hecho, si aún permanecen en el almacén es porque no he tenido oportunidad de hacerlos desaparecer. Enterrar-los sería peligroso, y para hacerlos explotar necesitaría llevarlos lejos, a un lugar despoblado, y no he tenido aún medios para hacerlo.
Pero ahora que necesito ese montón de chismes destructivos, ya no pretendo quitármelos de en-cima. Ya tengo un plan, y Tom, vengador, ha accedido a ayudarme. Se infiltrará en una banda importante del barrio, la Banda de Kun, y me traerá datos sobre los planes de ese clan. Temo por su vida, pero estoy seguro de que lo hará bien. Pocas cosas funcionan mejor que las ansias de venganza combi-nadas con auténtica ha-bilidad.
Mientras, yo estoy a-prendiendo a usar esta retahíla de aparatos de destrucción, tratando de sacar utilidad de ellos.
Ha pasado sólo una semana y ya está en marcha la caída de la Banda de Merlo. Somos dos contra uno, y ese uno está un tanto débil. Ha sido importante para el plan el que mis seguidores y yo hayamos simpatizado estupendamente con la Banda de Gurque. Ahora ya somos como una banda única con dos líderes, y más fuerte que cualquier otra. Además, al comprobar nuestra tangible superioridad, decenas de indecisos de todas las edades se han unido a nuestras filas. Me da algo de reparo ver cómo críos de apenas doce años sujetan una ametralladora contra los enemigos, pero puedo soportarlo. Esos chavales saben bien donde se meten.
Cuando las furgonetas se detienen en torno al centro de reunión de la Banda de Merlo, pienso que en el momento en que abramos las puertas y comencemos a disparar, se iniciará la guerra por el poder en Aldira. Van a ser unos días sangrientos en el barrio. Pero éste es el precio del poder.
Los primeros en salir e iniciar el tiroteo son los menos relevantes seguidores de la banda. Luego los más importantes, y finalmente los líderes, Gurque y yo. La Banda de Merlo se ve sorprendida por los disparos. Sus componentes van cayendo uno a uno, y poco a poco nos vamos acercando más y más a la fortaleza de Merlo. Los transeúntes salen despavoridos en todas direcciones. Algunos quedan atrapados en el tiroteo y mueren acribillados. En me-dio de aquel caos del que parece seguro que vamos a salir vencedores, yo me pongo en marcha. Esto que voy a hacer podría habérselo ordenado a algún sicario de los que dispongo, pero prefiero que sea algo anónimo por completo. Busco con la mirada entre el polvo y el gentío de asesinos a Gur-que, el otro líder. Está algunos pasos por detrás de mí. “Perfecto”, pienso, mientras le apunto con mi rifle. Gur-que se queda mirándome, perplejo, durante apenas dos segundos. Luego cae al suelo con un agujero en el cuello. Bajo el arma, satisfecho. Nadie lo ha visto. Corro hacia el cuerpo de Gurque fingiendo preocupación. Llego a tiempo de ver como muere, con una expresión de acusación en su rostro.
Instantes después salen de la fortaleza de Merlo éste y algunos de sus seguidores con las manos en alto, amenazados por mis subordinados. Son los últimos. Alguien grita algo y uno de los hombres de mi banda atraviesa la cabeza de Merlo de un disparo.
Merlo ha muerto. Hemos ganado. Gurque ha muerto. Yo soy ahora el líder.
Tras dar por resuelta la victoria, robar las mercancías más útiles y comprobar que Gurque yace muerto entre mis brazos, los componentes del clan no tardan en aceptarme como su nuevo jefe. Ya sólo queda un paso.
Tom sabe hacer bien el trabajo. Como ya he dicho, es un chaval habilidoso. Su ayuda es imprescindible, y este trabajo nos está haciendo más amigos, a pesar de ser lo que es, una medida desesperada.
Ahora sé que se va a producir un importante “encuentro” en el centro de reunión de la Banda de Gran Aldira en apenas una semana. Así que lo único que me queda es actuar. Dejo de trabajar en el hospital y acudo a unirme a esa banda, pues es la única forma de poner en práctica definitivamente el plan. En la fortaleza de Gran Aldira me reciben con nerviosismo, me aceptan con avidez y me dan un arma. Después, yo me ofrezco para hacer de vigilante por la noche, y nuevamente aceptan mi proposición. Al parecer nadie quiere aceptar los “turnos de noche”, en los que los vigilantes permanecen solos y sin protección ante lo que pueda ocurrir. Yo aprovecharé esa soledad.
Tom y yo ya hemos discurrido el funciona-miento y utilidad de todos los artilugios del almacén, y ya estoy seguro de que podemos usarlos. La colocación de la mayoría de ellos es sencilla.
Llega la víspera del gran “encuentro” planeado por la Banda de Kun. Con mi destartalada ambulancia, y en tres viajes, traigo todos los explosivos desde el almacén hasta la plaza de Gran Aldira. Los demás vigilantes están dormidos, ya que les he dicho que yo me encargo de la vela unas horas. En cuanto Tom aparece de madrugada, comenzamos a disponer los explosivos por todo el edificio. Este centro de reunión es gigantesco, la construcción más grande de todo el barrio de Aldira. Se construyó a partir de una gran iglesia abandonada en la que se hicieron después algunas ampliaciones para albergar un gigantesco comedor y dormitorio para los indigentes de Aldira. Pero pronto la Banda de Gran Aldira expulsó a los voluntarios y se hizo con el poder del edificio. Desde entonces ha pertenecido a la banda, y nadie ha sido capaz de echarlos de allí. Tom y yo queremos hacer algo parecido a echarlos. Pero sólo parecido.
Cuando acabamos de colocar las bombas en los muros del centro de reunión, continuamos poniéndolas por toda la enorme plaza donde se sitúa el edificio. Luego, cuando todo está ya establecido y conectado, me reúno de nuevo con los otros vigilantes, que se están desperezando. Nadie ha visto nada.
Tom acaba de camuflar los explosivos y desaparece de allí. No me llego a despedir del chaval, pero no importa, porque cuando todo haya acabado, me volveré a reunir con él. En unas horas, Tom advertirá por todas partes a la gente del inminente enfrentamiento. Confío en que esa gente pueda escaparse a tiempo.
Yo, por mi parte acaricio el detonador en mi bolsillo y me dan escalofríos.
Ya amanece. Hoy es el gran día. Hoy Gran Aldira caerá para dejar paso a la Banda de Kun. Tras la sangría de la semana pasada en la que la Banda de Merlo pasó a la historia, las pequeñas bandas que veían inminente el choque entre titanes se habían unido a un bando o a otro, buscando cobijo. Y el choque va a comenzar. Estoy a punto de afrontar la empresa más costosa de mi vida. Las dos bandas están ahora muy igualadas, y tal vez haya sido demasiado precipitado el venir aquí a arriesgarnos contra un rival similar a nosotros. Sin embargo, confío en que la sorpresa nos ayude.
Todos los chicos en todas las furgonetas y callejones están nerviosos. Mis ayudantes y asesinos más distinguidos están junto a mí, y también están nerviosos. Las furgonetas se detienen y el silencio se adueña de la plaza. Al parecer, los transeúntes han sido suficientemente listos como para ver venir la masacre y huir a tiempo. Maldigo por lo bajo. Mi banda al completo está allí, y nadie es capaz de abrir la puerta de su furgoneta o de salir de su escondite para enfrentarse al enemigo. Pero al fin pasa. Se abren todas las furgonetas y de las callejuelas comienzan a surgir mis hombres en apenas segundos. Salimos. Ante nosotros se despliega la gigantesca plaza y la enorme construcción de piedra en el centro. En una esquina hay aparcada una insólita ambulancia. Por lo demás el panorama está desierto. Hasta que los seguidores de Gran Aldira salen al exterior.
El tiroteo comienza. En unos segundos, mis tres ayudantes ya han sido alcanzados y derribados. Alguien lanza una granada sobre un grupo de los de Gran Aldira, que hace que salten por los aires. Yo me tumbo en el suelo tras un pequeño arbusto, tratando de protegerme. Pienso que aquello no va a ser un simple enfrentamiento entre bandas, sino una auténtica batalla en toda regla. Veo como unos tiradores de Gran Aldira descargan sus armas sobre un grupo de críos de mi banda. Entonces también pienso que quizás el gran objetivo de mi vida no tendría por qué requerir aquello. Pero alejo de mi mente esos pensamientos. Ahora ya no puedo derrumbar mi plan. Me incorporo y disparo hacia los tiradores. Logro acertar a dos. De pronto, un nutrido grupo de compañeros se presenta ante mí con la intención de entrar en la fortaleza. Esa era nuestra estrategia en un principio, pero ya se me ha olvidado. “¡Vamos!” grito con repentina determinación, uniéndome a ellos. Luego echamos a correr hacia el edificio. De camino hacia él, puedo ver que la antes desierta plaza se ha convertido en un mar de cadáveres y sangre. Me vuelvo a plantear que quizás debamos echarnos atrás, pero de nuevo desecho la idea y me vuelvo a convencer de que no puedo achicarme ahora. Otros dos grupos se acercan con nosotros hacia las entradas, a la vez que continúa el brutal intercambio de fuego.
Cuando ya han caído tres hombres del grupo, los demás entramos en la fortaleza.
Volarlos a todos. Ese es mi plan desde que vi morir a la familia de Tom. Volarlos a todos y desaparecer luego del barrio, junto a la gente humilde que vive allí. Pero algo ha salido mal. Al parecer, la banda de Kun ha adelantado la hora del ataque. Yo estoy a punto de irme de la fortaleza cuando me entero, pero entonces todo se precipita. Comienzan los disparos. Veo como los de la primera fila van siendo acribillados por la banda de Kun. Me extraño. Sé que las bandas son muy numerosas, y ya supuse que aquel enfrentamiento acabaría como una batalla sangrienta, pero me impacta ver de cerca y tan reales los ríos de sangre. Cuando Gran Aldira en persona me grita “¡Espabila!” dándome un empujón mientras corre hasta su puesto de tirador en el viejo coro de la iglesia, siento que no voy a salir vivo de allí, pase lo que pase. Como un reflejo, saco de mi bolsillo el detonador a distancia y lo enciendo. Lo pongo en alto, con el dedo sobre la tecla roja. Entonces grito. Y cuando mi cuerpo se ha decidido al fin a pulsar el botón, las balas desgarran la carne de mi brazo. El aparato cae a unos metros de mí, y yo me retuerzo de dolor en el suelo. La banda de Kun ha entrado.
Dejo al grupo en la entrada y me decido a subir las escaleras del coro, donde me ha parecido ver a Gran Aldira, mientras mis compañeros acaban con los hombres de la banda enemiga. Llego arriba. Gran Aldira, con una pesada ametralladora, dispara sobre mi grupo desde su ventajosa posición. Como dándose cuenta de mi presencia tras él, se da la vuelta súbita-mente y me mira, horrorizado. Yo sonrío. Antes de que él pueda dar la vuelta a su ametralladora, la mía ya se ha disparado. Dejo de lado todos los sentimientos de culpa por toda esa gente que ha muerto para abandonarme a la furia y dejar que las balas de mi arma atraviesen el pecho de Gran Aldira, salpicándome de sangre. El cuerpo inerte del líder tropieza con la barandilla y cae al piso inferior. Lo he conseguido. Gran Aldira es historia. Saboreo los instantes en los que me creo el jefe de Aldira mientras bajo de nuevo las escaleras. Unos pocos esbirros de Gran Aldira siguen peleando y cayendo ahí abajo, pero yo apenas me preocupo por eso. Soy el gran líder.
Justo debajo de la antigua bóveda, hay un hombre de Gran Aldira herido sentado en el suelo. Otro perdido sin esperanza. Sonrío de nuevo. Ni siquiera levanto la ametralladora para apuntarle. El hombre levanta la cabeza y me mira. No sé por qué, pero algo me dice que no pertenece a aquella banda. Entonces él también sonríe, y yo dejo de hacerlo, extrañado. Veo que en una mano guarda un pequeño aparato ensangrentado. Se me hiela la sangre en las venas a la vez que recuerdo la desaparición de los explosivos de la Banda de Merlo. Es un detonador.
Cuando levanto la cabeza veo al hombre que participó en la muerte de la familia de Tom, sonriendo. Ése debe de ser Kun. No podría tener otro espectador mejor. Le sonrío, y él muestra una mueca de incredulidad. Luego me recuerdo que mi deber como persona honrada es acabar con este infierno que es Aldira, y que la única forma de hacerlo está entre mis dedos, esperando a ser pulsada. Pienso en Tom, y en que ahora podrá lograr sus propósitos en la vida. Luego pienso en que voy a hacer algo realmente gran-de. Grande y honrado. Podéis llamarme asesino si queréis, pero yo tengo claros mis conceptos. Y estoy total-mente seguro de que esto que voy a hacer es un acto de bondad hacia la gente inocente que se merece una vida mejor, y que no podría lograrla de otra forma. Luego dejo de pensar y aprieto el botón.
Los muros estallan al instante y la bóveda cae sobre nuestras cabezas, ante la mirada atónita de Kun. Yo sigo sonriendo.
Desde la lejanía, Tom vio como la fortaleza de Gran Aldira se desplomaba sobre los hombres que luchaban dentro. Vio cómo las bombas de metralla de la plaza que él mismo había colocado reventaban acabando con la vida de quienes aún se movían allí. Vio cómo explosionaba la ambulancia de su amigo el enfermero, a quien ya daba por perdido. Cientos de personas habían muerto. Y la era de las bandas se había acabado en Aldira. Esperaba que todo el mundo se enterara de aquello, y que se vieran obligados a venir a ayudar a la gente honrada de Aldira, que enviaran dinero, que los llevaran a vivir a un lugar mejor, que le ofrecieran una nueva vida, llegar a ser algo… Ahora todo eso era posible. Las bandas ya no reinaban. Levantó la mano en señal de despedida hacia su amigo, confiando en que en algún lugar él le estuviera viendo y le estuviera de-volviendo el gesto. Luego, dio media vuelta y caminó alejándose de la gigantesca nube de humo en la que se había transformado la plaza de Gran Aldira, sin saber muy bien dónde ir.
Con la cabeza asomada por encima de los escombros que han caído sobre mí, puedo ver y oír esta repentina situación. Pero sólo oigo silencio, y sólo veo polvo. Todos han muerto, y eso es lo único que queda, polvo. Ahora soy el líder del polvo, el rey de nada. Por alguna razón, esa idea no me impresiona demasiado. Aunque sí me desilusiona. He apostado vidas, tiempo… me esperaba algo más.
Malherido y desilusionado, cierro los ojos y trato de morir.
Al fin y al cabo, ya he logrado mi objetivo. Mi vida es algo secundario.
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Patricia Ganado, 1.º C ESO, curso 2009-2010
Había una vez un chico llamado Kike al que le encantaba jugar al fútbol. Era alto, fuerte, también era el mejor jugando al fútbol en el colegio; también era muy listo, y después de clase sólo se le podía encontrar en el campo de fútbol dando toques y entrenando. Con él siempre estaba su entrenador y mejor amigo Nachete. Nachete era la caña, siempre animaba las cosas aunque no se pudiera animar más. Él también era alto pero más fuerte. Tenía todo tipo de amigos. Era muy listo.
Un día llegó una niña nueva. Ella empezó muy bien el instituto y se llamaba Lola. Era más lista y jugaba mejor al fútbol que Kike. Él no lo soportó y eso le afectó mucho en los estudios y en el fútbol. La razón de que le afectara era que si sacaba malas notas no le dejarían jugar al fútbol porque ese el pacto que Kike les había prometido a sus padres. Tenía que sacar más de un siete.
Kike estaba acostumbrado a dar toques todos los días y como dejó de hacerlo, el pie derecho se le enfrió y se le durmió el tendón.
Pasó un mes y medio. En ese mes Kike les demostró a sus padres que podía sacar buenas notas. Así por fin pudo jugar al fútbol. El único inconveniente era que, al dormirse su tendón, se le olvidó dar toques y patadas con el balón. Su amigo Nachete le ayudó. Así, cogió práctica.
Kike pensó que esto no iba a quedar así, así que pensó un buen rato hasta que se le ocurrió una idea. Un buen partido amistoso. Se lo comentó a Nachete y él estuvo de acuerdo. Fueron a decírselo a Lola y ella estuvo encantada.
Kike formó su equipo y estaba compuesto por: tres delanteros, Amapola, Kike y Óscar; tres medios, Bea, Tomasen y Juan Carlos; una portera, Natalia, y cuatro defensas, Vero, Yoly, Hernán y Juanjo. No nos olvidemos de nuestro entrenador, Nachete.
El gran día sería el cinco de julio a las siete y media de la tarde. El partido sería retransmitido por los deportes del telediario. Ukelele vs Mesopotamia (a Lola le gustaba la historia antigua).
Llegó el gran día y todos estaban muy entrenados. El árbitro se llamaba Jiménez y dio el pitido de saque. Sacó primero Ukelele. Esto estaba muy interesante. Los dos equipos eran muy buenos pero por desgracia sólo podía ganar uno o ninguno. El primero gol lo marcó el equipo de Kike. ¡Llevaban ventaja! Lo marcó Amapola. El segundo también fue de Ukelele, en el minuto 54, por Bea, de penalti. El siguiente por desgracia fue de Lola. Llegó el minuto 89 y marcó Pablo, compañero de Lola. Hubo tiempo de descuento pero no se marcó gol.
Quedaron empate y eso significaba que Ukelele y Mesopotamia eran igual de buenos. Lola y Kike fueron muy buenos amigos y juntaron sus equipos. Ganaron, junto con Nachete, de entrenador, las siguiente cinco temporadas porque ya se iban del instituto.
Y esta es la historia de cómo dos enemigos pasaron a ser muy buenos amigos.
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Cristian Clerigué
Los Gardan son una tribu guerrera. Sus tierras se extienden por una basta y árida llanura, donde apenas hay vegetación, en la que la caza no es muy abundante, por lo que cuidan con empeño de su ganado.
De aspecto terrorífico – altos, tez oscura, frente prominente y colmillos afilados – se asemejan más a una fiera que a un ser vivo inteligente.
Los Margot son sus vecinos. Seres muy sociables, con una capacidad intelectual superior. Tienen una amable apariencia, ojos azules, piel tersa, cuerpos musculados y robustos; viven del comercio.
La convivencia entre ambas tribus siempre ha sido complicada y las luchas continuas causan bajas en los dos bandos.
Sin embargo, ahora sus consejos se encuentran reunidos alrededor de una hoguera en busca de soluciones.
El rio se está secando, las crecidas que había cada primavera ya no se producen, el hambre y las enfermedades asolan ambos poblados. Deciden enterrar el hacha de guerra, la supervivencia es ahora lo más importante. Sin agua la muerte les acecha a todos sin distinción.
Cuenta una antigua leyenda, que ha ido pasando de generación en generación, la existencia de un “Ánfora infinita”, de la que mana el agua a raudales, sin fin. El Dios Elos se la entregó a los primeros pobladores de aquellas tierras para su supervivencia, pero por su mal uso y las peleas por su propiedad, los transformó en bestias y los condenó a custodiar el Ánfora que se encuentra en la Montaña Maldita, en el interior de la gruta Rasgron.
La decisión está tomada: dos guerreros serán los encargados de ir en su busca: Crow, un imponente, fuerte y fiero guerrero de los Gardan y Krungue, un Margot que destacaba por su habilidad con la espada. Son viejos conocidos del campo de batalla, se respetan, se temen, se odian…
Partieron hacia su destino. Hacía mucho frío, cubrieron sus cuerpos con unas gruesas capas de piel que las mujeres del poblado habían confeccionado para la ocasión. El cansancio iba haciendo mella en sus cuerpos, ¡era hora de reponer fuerzas! Se sentaron encima de unas rocas, comieron carne salada y pan de maíz que llevaban en un fardo atado a su espalda. A lo lejos, atraídos por el olor de la comida, una manada de lobos bicéfalos les observaba.
Apenas hablaban, no estaban muy interesados en conocerse. Siglos de desconfianza, enemistad y lucha les separaban. No les resultaba fácil viajar uno al lado del otro. Cualquier intento de conversación era motivo de discusión, de reproche. Con el paso de los días fueron conociéndose poco a poco. Crow era un mando militar importante entre los suyos, era muy respetado, con esposa e hijos. Krungue era algo más joven, pero también era un miembro importante en su comunidad, sin embargo el comercio era su actividad principal no la guerra, aunque había demostrado siempre su habilidad y valentía cuando defendía a su pueblo. También tenía una familia que le esperaba a su regreso.
Adentrarse en la Montaña Maldita requeriría toda su atención y, más importante aún, la colaboración de los dos. Sabían que la montaña estaba habitada por los Tandors, una especie muy peligrosa. Son primitivos, casi monos, no dudan en atacar con sus lanzas y arcos a cualquier cosa que se mueva. Tan solo llevaban media jornada en su territorio cuando Krungue notó rápidamente su amenazante presencia. Con un leve movimiento de su mano avisó a Crow del peligro. Los enemigos se abalanzaron sobre ellos. Lucharon por su vida, por su pueblo; el uno por el otro. Nunca hubieran imaginado estar codo con codo en semejante situación y, mucho menos, en depositar su confianza en quien hace apenas unos meses hubiera aniquilado a su raza sin el menor remordimiento. Fuerza y coraje de uno, inteligencia y habilidad del otro. Sus adversarios fueron cayendo irremediablemente. El Margot fue herido por una lanza, su compañero por una flecha, pero juntos sobrevivieron a la lucha.
La gruta Rasgron estaba cerca. Tenían que escalar la pared de roca que se encontraba ante ellos hasta un pequeño saliente en el que se hallaba el acceso al interior. En un par de horas se encontraron caminando por sus estrechos pasillos, bajaron hasta su interior donde vieron a lo lejos un pequeño lago y en su centro, en un islote, el Ánfora.
Corrieron en su busca, pero nada más pisar el agua, aparecieron unas peligrosas criaturas anfibias. Krungue pensó rápido y le dijo a Crow que eran demasiadas, tenían que coger el Ánfora y retirarse a los pasadizos de la gruta donde sería más fácil enfrentarse a ellos. La cogieron y salieron corriendo. Sus enemigos les superaban en número de forma aplastante. Se turnaban al frente, aprovechando los angostos pasillos, para contener a aquellos monstruos. La victoria era imposible, ambos lo sabían y Crow, finalmente, planteó la única posibilidad a su compañero: uno de ellos escaparía de allí, el otro debería permanecer luchando hasta la victoria o la muerte. Los dos se hubieran quedado con gusto, pero cada uno conocía perfectamente sus posibilidades. Krungue se encontraba al frente cuando sintió la mano del gardan sobre el hombro y escuchó su voz: “debes irte”. Con una mirada resumieron sus sentimientos. Admiración, esperanza, amistad, que se habían ido forjando en estos días que han permanecido juntos.
Crow batalló con todas sus fuerzas, lo único que esperaba era poder darle el suficiente tiempo a su compañero para escapar. Puso en práctica todo lo aprendido en sus años de contiendas, lo que le convertía en un enemigo feroz. Pero su fortaleza no duraría para siempre y a cada golpe de mandoble, esta le abandonaba un poco más, para acabar, finalmente, sus días de guerrero, como todos los demás, con honor y valentía.
Krungue no miró atrás. Corría como un loco con una sola meta en su cabeza: regresar. Se había atado el Ánfora a la espalda y en la mano siempre preparada su espada. Tenía que abandonar la tierra de los Tandors con la mayor rapidez posible, pues un encuentro con ellos podía ser el fin, pero sabiendo que no abandonaban el cobijo de sus montañas no se detenía en batallas ni luchas, solo se abría camino si era necesario y continuaba con su huida, ya descansaría cuando llegase a la llanura.
El viaje de vuelta no fue fácil. Tuvo que cazar para poder alimentarse y en solitario se le hacía más duro ¡Cómo echaba de menos la compañía de su amigo! Casi no había tenido tiempo de pararse a pensar en todo lo ocurrido y, a medida que se acercaba a casa, se preguntaba por que regresaba él y no Crow, que le contaría a su familia, incluso alguien podría pensar que era un cobarde.
Su vuelta fue celebrada por todos y se le trató como a un héroe, después de todo había conseguido volver con el Ánfora. Pero Krungue era honesto y sincero. Relató todo lo sucedido y la deuda que tenían con Crow, su amigo. Les hizo ver a todos que no eran tan diferentes, que solo debían conocerse y que la colaboración entre las dos tribus podría beneficiarles a todos.
Una estatua de Crow, en la tierra de los Gardan, sujeta el Ánfora infinita, de la que mana el agua en dirección al poblado Margot y puede aprovecharse de ella todo aquel que lo necesite. Parece que un periodo de paz y entendimiento duradero comienza en todos los territorios.
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Martín Molezuelas Ferreras, 3.º B ESO
Su nombre era Isaac
sus cabellos largos
y su vida aún muy corta
veinte años sólo veinte
amigos, trabajo
familia, ilusión*
-¿Y cuándo vas a marchar para allí?
-En un par de semanas, digo yo. Ya en marzo.
-Vaya. Parece mentira que ya te toque. Y encima con este frío.
Isaac miró a sus tres colegas con envidia. Ellos no tenían que ir a la mili por lo menos hasta dentro de unos años: Miguel tenía la pierna atrofiada desde pequeño; Manuel estaba haciendo una carrera, por lo que había prolongado su ida a la mili; y Luis Fernando tenía aún dieciocho años. En cambio él, a sus veinte años recién cumplidos, no tenía otra alternativa que dejar el taller e ir a hacer el servicio militar.
-¡Bah! No pasa nada. Volveré cada fin de semana, si puedo.
-Eso del ejército es absurdo -soltó de pronto Luis Fernando, terminando su caña- . Crea hombres fríos y sin sentimientos, máquinas de matar, a los que luego abandona. Todo por destruir a otro bando, por asesinar gente.
-Venga, Luisfer -protestó Isaac- .Es el ejército el que nos protege.
-Ya, y es el ejército el que nos mataría si se lo pidiesen sus mandamases.
Isaac no entendía los ideales de Luis Fernando. El ejército no podía ser tan malo, o por lo menos no lo pintaban así.
-Bueno, en todo caso, tengo que ir.
-¡Ja! -rió Miguel- .Yo soy el único que va a librarse. ¡Vosotros acabaréis pringando tarde o temprano!
-Que gracia me haces -ironizó Manuel.
-Yo tampoco creo que vaya… -dijo Luis Fernando, con gesto serio.
-Este Luisfer…
Una semana y media después, Isaac partía desde Ourense hacia Astorga, pensando en las palabras de su madre: ´´no te metas en líos, y obedece, siempre obedece. Así el tiempo te pasará rápido``. Asunción, su madre, le quería mucho, ya que era su único hijo y su marido no pensaba ya con mucha claridad. También recordaba las palabras de Luis Fernando. ¿Tendría razón?
Era cinco de marzo de 1992. Aquel día pudo ver que la mili era trabajo duro de verdad. El cansancio era perpetuo. Obedecía y procuraba no meterse en líos, como había dicho su madre, pero el tiempo no pasaba demasiado rápido. Dormía en una litera, bajo un leonés llamado Gerardo Meléndez. Era la antítesis de Luis Fernando. Había venido voluntario a los dieciocho años y ya llevaba allí tres meses. Decía que amaba España, y que haría todo lo que pudiera por ella si hiciera falta.
-Si en algún momento hubiera que dar la vida para proteger a este país, yo la daría el primero -decía- .Y tú ¿lo harías?
-No sé… -respondía Isaac, poco convencido de los principios de su nuevo amigo.
Exceptuando el excesivo patriotismo de Gerardo, era un buen tipo, que no molestaba demasiado a nadie, a no ser que no quisiera a España.
Isaac echaba de menos las tardes y noches con Laura, su novia. Al atardecer se acordaba de ella y de los buenos ratos que pasaban juntos. Cuando volvía a Ourense los fines de semana aprovechaba siempre para estar con ella. Aquello le daba fuerzas para aguantar otra semana en Astorga. También aprovechaba para ir a tocar con su pequeña banda sin nombre, liderada por Miguel. La silla de ruedas no le estorbaba nada a la hora de tocar su guitarra eléctrica. Isaac no tocaba ningún instrumento demasiado bien, ya que la mecánica le robaba mucho tiempo, pero su voz no tenía ningún desperdicio. Soñaba con terminar la mili y marcharse con su novia y su grupo a tocar ante el público, aunque éste no fuera mucho. Por una cosa o por otra, Isaac deseaba que aquel servicio militar acabara cuanto antes.
Las lágrimas vivían lejos
¿Qué país es ese?
¿En qué mapa está? No importa
le arrancaron de su casa
y el mal sueño
sin saber cómo, empezó*
Era dos de abril. Los periódicos de aquel día comentaban que el día anterior había comenzado una guerra en Europa del Este, en un lugar llamado Bosnia, como consecuencia de una complicada combinación de factores políticos y religiosos, y que España, mediante una serie de pactos y firmas, se había comprometido a ayudar en conflictos como éste, enviando fuerzas armadas en misión de paz. No se había acordado el número de soldados que iban a ser enviados, pero sí que iban a ser trasladados primero los voluntarios a ir, y si no eran suficientes, se seleccionarían al azar más tropas de los diferentes puestos militares de España.
Gerardo no había mentido. Cuando llegó aquel aviso, fue el primero en prestarse voluntario para marchar a aquel lugar, a aquel país del que nadie había oído hablar. Isaac se asustaba de la valentía de su compañero, pues nadie más en aquel puesto aceptó la petición de voluntariado.
Aquel fin de semana fue extraño. Los conocidos de Isaac le trataban como si fuera a ir a la guerra inminentemente. Su madre le miraba con cara de temor y le decía:
-Hijo, tal vez podrías quedarte aquí un par de semanitas, para que no te eligieran para ir a aquel sitio. Podríamos decir que estás enfermo y así no habría ningún…
-Mamá, hay miles de personas en la mili en estos momentos, no creo que me elijan justo a mí.
-Pero podrían…
En el bar era la misma situación.
-Tío, que mala suerte tienes. Mira que ir a hacer la mili y tener que ir a la guerra.
-No me voy a ningún sitio, no me van a elegir a mí.
-¿Y cómo lo sabes? -preguntó Luis Fernando, con un gesto de tristeza- Puede que ya esté todo planeado y que tú estés entre los elegidos.
-No… no lo sé -la voz de Isaac se apagaba por momentos. Las palabras de Luis Fernando tenían el poder de clavarse en la nuca, para que no se pudiera dejar de pensar en ellas.
-¡Vamos, hombre! -exclamó Manuel, dándole una palmada en la espalda- Claro que no te van a coger a ti. ¡Sería casualidad!
Laura le abrazó aquel día más fuerte que nunca antes de que marchase otra vez a Astorga. Isaac trató de tranquilizarla, pero ella seguía igual de pesimista.
-Espero que no te elijan a ti. No lo soportaría. ¿Y si te pasa algo? ¿Qué será de ti y de mí? ¿Qué será de tus sueños y de los míos?
-No me pasará nada. Te lo aseguro. Aunque fuese a esa maldita guerra, te prometo que estaré sano y salvo sólo para poder volver a tu lado.
Se dieron un último beso de despedida y finalmente Isaac se marchó a Astorga, preocupado por su suerte, por la posibilidad de perder las cosas que le importaban.
Cuando llegó por fin a Astorga el listado de soldados que irían a Bosnia, muchos hombres del puesto militar respiraron tranquilos. Isaac no.
Toques de trompetas
banderas, redobles de tambores,
uniformes y estrellas
le afeitaron la cabeza
le dieron bombas y un fusil
"vas en misión de paz"*
-¡Alégrate, hombre! -la voz de Gerardo se oía por encima del ruido del avión- Al menos vienes con un amigo.
Las cosas habían ido muy deprisa desde que vio su nombre en la lista. Querían que las tropas llegaran pronto a Bosnia, y aquella misma semana Isaac tuvo que partir hacia aquel lugar. Apenas había tenido tiempo de despedirse de los suyos. Sus colegas del barrio y de su grupo le abrazaban y se lamentaban por su suerte. Su madre lloraba desconsoladamente. Laura también. Su padre le sonrió y le dio ánimos para seguir adelante, ajeno a los peligros que se le echaban encima. Esto fue más o menos lo que pasó. Todo iba tan rápido… Recordó la mirada de su madre viéndole irse. Ella no se merecía esto, no se merecía estos disgustos. Ella siempre le había querido mucho, más que a nadie. Y ahora él le hacía esto. Recordó a Laura totalmente destrozada, dándole el último beso antes de irse. Recordó los ánimos de Miguel y Manuel, diciendo que el tiempo volaría y que una misión de paz era de paz y que pronto volvería y cantaría con su grupo. Recordó el gesto de Luis Fernando, que parecía decir ´´te lo dije``. Recordó su hogar lejano en el espacio y en el tiempo, aunque hacía sólo unas horas que se había ido de allí. Al menos Gerardo estaba con él, y no estaba completamente solo, pero éste estaba muy ocupado pensando en lo que iba a hacer allí.
-¡Voy a matar a todos los bosnios, serbios, serbobosnios o como se llamen que nos lleven la contraria!
-Vamos en misión de paz, no mataremos a nadie -dijo Isaac, sin ningún tipo de tono en su voz- .No tenemos que hacerlo.
Isaac se sentía engañado por el Estado, por España, por eso no estaba muy a gusto con Gerardo, que amaba a su país con toda su alma.
El viaje en avión terminó después de muchas horas en un pequeño aeropuerto, en un lugar no muy distinto del paisaje de España, llamado Trebinje, y acto seguido los casi doscientos soldados fueron trasladados a un campamento un poco más al sur. Estaban en territorio únicamente serbio, así que aquello estaba relativamente tranquilo. Por lo visto, los serbios y los bosnios estaban enfrentados por temas de la independencia de Bosnia, y además los croatas se habían aliado con los serbios. En realidad no era tan sencillo, pero era lo que sabían los soldados españoles sobre aquel conflicto. Era once de abril de 1992.
Aquello era bastante tranquilo. Era parecido a lo que hacían en Astorga pero sin volver a casa los fines de semana y con el nerviosismo de saber que a unos kilómetros de allí la gente se estaba matando a tiros. Todavía no les habían necesitado.
Isaac se acabó acostumbrando a aquello, a vivir lejos de su casa, bajo aquella tienda y aquella bandera de España, cerca del fuego y las explosiones, recordando a los suyos nostálgicamente, a pensar cada día que podrían marchar a hacer alguna misión en la que tuvieran que matar o en la que pudieran morir. Las armas, los fusiles, las bombas, no los habían traído sólo para estarse quietos y relajados en el mismo sitio. Las armas se crearon para matar y matar era su cometido. Pero ¿a quién? Ni siquiera se sabía con o contra quiénes estaban, pero se podía oler que en cualquier momento les iban a decir ´´¡Disparad!`` y entonces tendrían que hacerlo.
La misma cantidad de miedo que tenía Isaac, la tenía Gerardo de entusiasmo. Era increíble ver cómo se levantaba cada mañana esperando tiroteos y cañonazos. Con el paso del tiempo, Isaac y Gerardo se acabaron conociendo bien y se hicieron buenos amigos.
-Cuando esto acabe -dijo una vez Gerardo- , me pasaré por Ourense a ver quiénes son Miguel y Manuel, y el otro, Luisfer, ¿verdad?
-Sí -contestó su compañero- .Bueno, a ver si es verdad.
Eso deseaba, que fuera verdad, y pronto.
Disparad con la esperanza
de hacer huérfanos, viudas
y madres sin hijos.
Jóvenes pobres matan a
jóvenes pobres mientras
cuentan sus ganancias viejos ricos.*
Los tiros le despertaron. Aquel ruido sonaba demasiado cerca. Gerardo estaba erguido con el fusil en la mano, en medio de la tienda. Había sido una ráfaga, nada más, pero había levantado revuelo en el campamento. Los soldados salieron de sus tiendas con sus armas, preparados para disparar, pero allí ya no había nadie. A los enemigos no les interesaba matar a los españoles.
-Ratas -gruñó Gerardo- .Les habría dado pero bien.
A l parecer, los bosnios independentistas habían llegado hasta Trebinje, y esta ciudad había dejado de ser tranquila. Había muerto gente, y muchos más se habían quedado sin techo. Al fin les necesitaban para algo.
Eran unos trescientos en el campamento. Fueron ciento ochenta a la ciudad, una vez acabado el ataque. Entre ellos Isaac y Gerardo. Una vez allí, Isaac pudo ver lo que suponía en realidad una guerra. El panorama era impresionante. En las calles, montañas de escombros se alternaban con gente desesperada por encontrar amigos y familiares, y de mujeres y hombres con familiares heridos o muertos entre los brazos. No habían llegado a atacar en toda la ciudad, pero aun así el resultado había sido catastrófico.
-Joder -decía Gerardo, con cara inexpresiva- .Joder.
Isaac ni siquiera decía nada. Estaba demasiado impresionado. Ver la destrucción, la tristeza, la muerte tan de cerca, sentir el sonido de los lamentos y las sirenas, sencillamente impresionaba demasiado.
Ni Gerardo ni Isaac eran médicos, así que su única misión era trasladar a los heridos a algún hospital o llevar recursos de primera necesidad a los afectados. Haciendo eso Isaac se sintió bien, sintiendo que hacía algo por aquella gente, pero aun así todavía estaba horrorizado. Aquello era apocalíptico. Era veintidós de mayo de 1992.
Siguieron yendo a intentar solucionar aquello durante muchos días, ya que los bosnios independentistas atacaron más veces en Trebinje. Siempre era lo mismo. Caos, sangre, destrucción. Isaac le escribió a su madre sobre aquello. Además de informarle de todo aquel horror, Isaac quería decirle que estaba bien y que solo estaba allí para ayudar a los desfavorecidos. Seguía echando de menos su hogar, su ciudad, su gente. Seguía acordándose de las palabras de Luis Fernando, que creía cada vez más ciertas y razonables. Tenía ganas de que todo eso acabara y pudiera volver con su madre, sus amigos, y su Laura, en la que no dejaba de pensar.
Era cuatro de junio de 1992. Hacía calor. El cielo estaba totalmente azul y resplandeciente, sólo perturbado por las nubes de polvo de Trebinje. Un día más salieron hacia la ciudad, para ayudar a los ciudadanos afectados. Mucha gente de la ciudad se había marchado de allí para evitar los ataques, así que no había nadie.
-Esto empieza a ser monótono -dijo Gerardo- . ¿No sería mejor venir aquí cuando estuvieran los bosnios para defender de verdad a esta gente?
-No creo que fuera muy buena idea -negó Isaac- . No queremos meternos en ningún lío grave.
-Aun así, creo que nos vendría bien un poco más de acción.
Isaac miró a su amigo con gesto grave
-¿Es que no ves lo que está pasando a tu alrededor? -le gritó- ¿Es que no ves el dolor y el llanto en la calle? ¿No ves a los muertos tirados en el suelo?
-Oye, estos muertos no yacerían ahí si hubiéramos estado cuando los mataron -protestó Gerardo.
-Ya, claro, estaríamos nosotros. Estas muertes son absurdas, no se resuelven con lógica.
-Morir por tu país, por defender unos ideales, ¡no es una bobada! -Gerardo se comenzaba a alterar.
-¿De verdad crees que toda la gente que ha muerto aquí defendía los mismos ideales? ¿Que ha muerto por su propia voluntad?
-Eso no lo sé, pero sí sé que yo sí moriría defendiendo mis principios o por mi país.
-¿Por el país que te ha traído a aquí a arriesgar tu vida?
-¡Oye! -Gerardo agarró a Isaac por la pechera- ¡Te trajeron a ti, a mí nadie me ha traído a arriesgar mi vida! ¡Yo vine por iniciativa propia!
-Sí, ¡engañado!
Gerardo no aguantó más. Sin mediar más palabras, le propinó un fuerte puñetazo en el estómago a Isaac que hizo que se doblara sobre sí mismo.
-No quiero que vuelvas a hablar de… -un gran estruendo interrumpió a Gerardo.
Otro soldado español llegó corriendo al lugar.
-¡Los bosnios están aquí! ¡Están aquí!
Una granada pasó volando hacia el camión en que venían todos los días a la ciudad.
-¡Corred!
Los tres soldados se resguardaron tras una pared justo antes de que el camión saltara por los aires. Gerardo desenfundó su fusil y disparó al humo. No se veía si acertaba a alguien o no. Una bala silbó por el aire y rozó el brazo de Gerardo, haciendo que soltara el arma
-¡Isaac, ayúdame!
Isaac salió de su escondite con el fusil preparado e hizo lo mismo que Gerardo, disparar al aire, alocadamente. Las siluetas de los bosnios se empezaron a dibujar entre el polvo. Eran cuatro. Gerardo había cogido de nuevo su arma y les disparaba como un loco. Uno de ellos calló. Aquello era apocalíptico. El ruido, el humo, la tensión, el miedo, lo llenaban todo, les rodeaban en medio de aquella pelea. Isaac había perdido sus ganas de ayudar y de ser útil. Ansias de sangre nublaban su juicio. Por eso se alegró cuando acertó en el pecho a otro enemigo. Aquello era guerra, parecía ser.
-¡Ya sólo quedan dos! -gritó Gerardo, eufórico. Parecía que estaban ganando.
De pronto, Isaac notó un dolor intenso en el hombro y dejó de disparar. Le habían dado. Pero no tuvo tiempo de reaccionar. Otro proyectil surcó el viento hasta el lado derecho de su pecho. Isaac cayó al suelo y los dos bosnios se acercaron corriendo.
-¡Isaac! -se desesperó Gerardo- ¡Isaac! -miró hacia los enemigos- Vosotros lo habéis querido -rugió.
Gerardo lanzó únicamente dos balas hacia ellos. Una para cada uno. Los bosnios cayeron al suelo casi a la vez. Isaac lo veía todo rojo, las luces parpadeaban. Entre esas luces pudo ver la cara de su amigo.
-¡Isaac! ¿Estás bien? ¡Contesta!
-No… No creo que aguante mucho. Las balas suelen matar…
-No digas bobadas -la voz de Gerardo temblaba. Lloraba- .No te han dado en el corazón, no te vas a morir.
-Pediré ayuda -dijo el otro soldado echando a correr.
-Me muero. Ahora ya estoy seguro… -gemía Isaac.
-No, no, ¡no! -sollozó Gerardo- No te morirás. Te recuperarás y volverás a Ourense, a abrazar a tu madre y a tu padre, a estar con Laura, a tocar con tu grupo. Ya lo verás.
-Sabes mejor que yo que eso es mentira -susurró entrecortadamente Isaac, con algo parecido a una sonrisa- .Escucha, tienes que ir a Ourense. Dile a mi madre que siento no haberle hecho caso, que gracias por haberme querido tanto durante toda mi vida. Dile a Laura que no se quede sola, que siga adelante, que busque a alguien que la quiera y la cuide. Dile a Luis Fernando que pese a todo tenía razón. Diles a todos que pensé en ellos justo antes de morir, y que ellos son mi vida.
-¡No!, ¡NO! ¡Eso se lo vas a decir tú, no yo! -Gerardo creía de verdad en lo que decía- Ya verás como algún día iremos tú y yo por la calle y nos acordaremos de esto sólo como algo lejano, como un mal sueño. ¡No te mueras, joder!
-Lo siento, Gerardo, pero eso no es cosa mía -articuló Isaac, con la boca ensangrentada- .Yo… Yo confío en ti. Espero haberte convencido.
-Del todo -dijo Gerardo-. Del todo.
-Bien. Es un alivio.
Isaac dedicó su último pensamiento a su gente, a su madre, a su padre, a su novia, a sus amigos, a su grupo, a Ourense. Y dirigiendo la mirada al azul profundo del cielo y entre los gritos y súplicas de Gerardo, murió en aquel lugar inhóspito, lejos de su tierra, fuera de casa.
En la tumba de su boca
su lengua yace muerta
las granadas estallan.
Así es como a Asunción
le quitaron a su hijo
su vida es vida de nada.
Un trozo de latón
una calle con su nombre
y un sucio telegrama.*
*(De la canción ´´Ourense-Bosnia``, del grupo ´´Los Suaves``)
Un militar llamó a casa de Asunción. La mujer le abrió.
-¿Es usted Asunción Alonso?
-Sí, soy yo -Gerardo se fijó en el papel que llevaba en la mano aquella mujer. Era la carta de Isaac- . ¿Ocurre algo, joven?
Gerardo cada vez tenía menos palabras para decir aquello.
-Su hijo… su hijo…
-Mi hijo, ¿qué?
-Su hijo, Isaac Riera Alonso, ha muerto.
-Pero… -Asunción estaba atónita. Señaló el papel y dijo- Pero no puede ser cierto.
-Tan cierto como que murió entre estas manos -respondió el militar, recordando sus manos empapadas en la sangre de Isaac.
-Pero la carta… -Asunción tenía ya lágrimas en los ojos. Esperaba que de un momento a otro aparecieran personas de la nada riéndose de ella por aquella broma, y que su hijo estuviera con ellos. Pero ese momento no llegaba. Y jamás llegó.
Aquella era la dura realidad.
Asunción se echó a los hombros de Gerardo y lloró desconsoladamente.
-Yo… yo no crié a mi hijo para que fuera un soldado…
Cuatro de junio de 1992. Aquel día Asunción y Román perdieron a su hijo, Laura perdió a su novio y Manuel, Miguel, Luis Fernando y Gerardo perdieron un buen amigo. La guerra, las armas, la patria, la ira, se lo llevaron.
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Judit Gayán Bascones, 2.º HCS
Capítulo 1: Nerea
Hemos terminado las clases por hoy y me encamino, como cada día hacia mi casa. Soy una chica de 16 años, una chica de lo más normal que va a clase con otras personas de su edad.
Caminando por delante de mí, avanza rápidamente mi hermano Alejandro, o Alex, como prefiere que le llamemos. Tiene 12 años y este año ha empezado el instituto. Mis padres ya le consideran mayor y le permiten ir y venir solo del colegio a casa y viceversa. Pero cuando digo sólo, quiero decir absolutamente solo. No quiere que yo vaya cerca de él, ni nada por el estilo, y nada más salir del recinto escolar se esfuerza al máximo por adelantarme y recorrer el camino a casa antes que yo.
Lo cierto es que mi hermano no me aguanta, y a veces llego a pensar incluso que me odia. Apenas habla conmigo, y cuando lo hace sólo intercambia monosílabos de una manera muy hostil. Yo se que en ocasiones puedo llegar a ser muy súper protectora con él, pero es que mi hermano me preocupa. Mis padres apenas están en casa por el trabajo, y pensaron que para suplir su ausencia lo mejor era comprarnos un ordenador con conexión a Internet para cada uno, en mi habitación y en la de Alex. Yo no me puedo quejar, me ha venido muy bien para preparar mis trabajos escolares y para, los fines de semana, hablar con mis amigos, pero lo cierto es que mi hermano no piensa en nada más. Vive por y para su ordenador, desde que se levanta hasta que se va a dormir. Sólo lo aparta cuando tiene que ir al colegio o debe bajar a la cocina para comer o cenar. Y claro, mientras está con el ordenador, no estudia ni hace los deberes, y eso se nota en sus calificaciones. Estamos todavía en el primer trimestre, y no nos han dado aún el boletín de notas, pero su tutor, Carlos, ya me lo ha ido diciendo muchas veces. Como mis padres no pueden ir a hablar con él, me encargan a mí que me ocupe y luego les transmita lo que me ha contado, pero la verdad es que en el fondo, la única que sabe lo que pasa soy yo, porque cada vez que intento decírselo a mis padres, se que no me han escuchado. Están tan ocupados...
Hoy, en el recreo, Carlos me ha vuelto a pedir que me reuniera con él a la hora del recreo. Me ha dicho que Alex ha perdido el trimestre por completo, pero que aún tiene una oportunidad: debía realizar una serie de fotocopias con ejercicios de Matemáticas, Literatura e Historia, y escribir una redacción con un mínimo de 30 folios sobre la paz. “¿La paz?” pregunté yo. “Sí, la paz en general. Que lo escriba como quiera, pero que se documente.”
Así que en esas estoy. Tengo que decírselo a mi hermano, pero lo haré cuando estemos sentados a la mesa para comer, único momento del día en el que veo a mis padres. Y deben saber lo que ocurre.
Alex ya ha entrado en casa, y como me lleva tanta delantera, cuando traspaso el umbral de la puerta puedo oír a mi hermano en la cocina, sentado ya para comer.
Mis padres ya han empezado, y comen a toda velocidad, porque en breve han de volver al trabajo.
-Hola, hija, ¿qué tal las clases?- murmura mi madre, más por costumbre que por verdadero interés.
-Bien, muy bien –contesto, consciente de que mi respuesta es todos los días la misma, ya que sería inútil desarrollarla, teniendo en cuenta que mis padres tampoco iban a escuchar. Pero sé que no van a estar mucho tiempo más en la cocina, por lo que decido soltar la bomba- He hablado con Carlos, el tutor de Alex.
Como siempre que digo esas palabras, mi hermano agacha más la cabeza contra su plato al tiempo que se pone rígido, expectante.
-Me ha dicho que no hay muchas esperanzas de que Alex apruebe la primera evaluación pero que si hace una serie de ejercicios que me ha dado, y escribe una redacción sobre la paz de más de 30 folios, se lo podrían plantear.
-¿Una redacción sobre la paz?- dice mi madre –Pues vaya una tontería. ¿Y se supone que así le dejarán aprobar?
-Sí, eso me ha dicho.
-Bueno, pues ya sabes, hijo, si quieres ir al campamento de verano, tendrás que aprobar-sentencia mi padre. No es una amenaza con peso, ya que aprobemos o no, tendremos que ir a ese campamento de todas formas, ya que nuestros padres no quieren dejarnos solos en casa todo el día. Por supuesto, esto también lo sabe Alex, así que no va a esforzarse lo más mínimo en hacerlo.
-Ocúpate tú, hija- me dice mi madre- ya sabes que yo no tengo mucho tiempo, pero sé que tu lo harás muy bien.
-Claro, mamá- respondo. Ya estoy acostumbrada, y en el fondo sabía que al final sería yo la que tendría que cuidar de que mi hermano hiciera lo que le habían encomendado.
En ese momento se levantan mis padres de la mesa, tienen que marcharse.
-Bueno, niños, hasta la noche- y salen cerrando la puerta. Volverán a la noche, sí, pero tan tarde que ya nos habremos ido a la cama.
Un silencio sepulcral y una gran tensión siguen al ruido de la puerta al cerrarse. Silencio que es rápidamente roto por Alex, que, cómo no, tiene algo que reprocharme.
-¿Eres idiota? ¿Porqué se lo has dicho?- me grita.
-Vas a suspender, y lo sabes. Ésta es la única forma de que apruebes, aprovéchalo y haz lo que te han pedido.
-¡Ay, déjame en paz! ¿Porqué no te preocupas de tus problemas y me dejas tranquilo?
-Alex, tienes que estudiar, porque sino, cuando seas adulto, no vas a conseguir nada en la vida- Mi hermano ha salido de la cocina y sube rápidamente a su habitación.- ¡Escúchame, y ven a por los ejercicios!- exclamo, pero un segundo más tarde, se oye claramente un portazo procedente de su cuarto. Tendré que subírselo yo cuando termine de fregar.
Capítulo 2: Alex
¿Pero qué se ha creído esta? No sé porqué no me deja tranquilo de una vez... Yo soy muy feliz con mi ordenador, y no necesito que me den charlas sobre lo que voy a poder hacer y lo que no cuando sea mayor.
Estoy enfadado, y tiro la mochila encima de la cama. Ahí se va a quedar hasta que me vaya a dormir, porque no pienso hacer nada.
Enciendo la pantalla del ordenador, y de nuevo veo ante mí mi página favorita de Internet, desde donde descargo mis vídeos y juegos preferidos. Ha estado toda la mañana encendido, así que se han descargado dos más. Cambio mi estado del messenger a Conectado, y automáticamente se abre una ventana de conversación. Es Lucas, mi mejor amigo, que también se ha conectado en cuanto ha podido. Le saludo, y a los dos segundos, ambos estamos en una página de juegos online. Siempre nos sincronizamos por el messenger para jugar juntos. La página tiene mucha variedad de juegos, hoy decidimos jugar al ajedrez. Estamos en medio de una interesante partida, y yo estoy a punto de mover mi caballo y hacerle jaque. De pronto, una extraña ventana que no había visto nunca, aparece en medio de la pantalla. “Hola, Alex” dice . Al principio me extraño, ya que no parece nadie al que yo conozca, pero pensándolo mejor, nunca está mal hacer amigos nuevos.
“Hola, ¿quién eres?” pregunto
“Eso no importa. Pero tengo que enseñarte algo” contesta al momento.
¿Enseñarme algo? ¿Y qué podrá ser? No tengo ni idea de quién es el que me habla, pero algo me hace sentirme lleno de curiosidad, y a pesar de ir en contra de mi política de no aceptar nada de extraños, escribo:
“De acuerdo, ¿de qué se trata?”
“En seguida lo vas a ver”
En ese momento, una especie de humo blanco sale de la pantalla del ordenador. Me asusto, pues parece claramente una avería electrónica, pero de pronto me parece ver un rostro entre esa especie de niebla-humo. Me quedo como paralizado, y veo que me está cubriendo por completo. Mi habitación empieza a difuminarse, y me da la sensación de estar perdiendo el conocimiento, pero antes de eso, oigo cómo alguien llama a la puerta de mi habitación.
De pronto, ésta ha desaparecido, ya no tengo el ordenador delante de mí, ni me rodean mis conocidas paredes. He dejado de oír la llamada a mi puerta. Bueno, de hecho, tengo la sensación de que de pronto ya no puedo oír nada más. Un silencio sobrecogedor parece cernirse allá donde quiera que estoy en este momento. Tampoco soy capaz de distinguir el lugar en el que me encuentro. Parece un pequeño parque, con una de esas ridículas fuentecitas en medio. Es extraño, parece rodeada por la misma niebla que hace unos segundos rodeaba mi ordenador. Sin embargo, no me da tiempo a acercarme e investigar, ya que de pronto, una voz surgida de la nada me saluda:
-Hola, Alex. Perdona lo inesperado de este pequeño viaje, pero he tenido que hacerlo así.
Me giro como un resorte, buscando al propietario de aquella voz tan fina y la veo. Se trata de una niña, tan solo una niña de unos 9 años.
-¿Quién eres?- pregunto secamente. No me ha hecho gracia verme transportado a aquel lugar sin que se me hubiera pedido permiso, o al menos, avisado.
-Eso no importa, Alex, lo que importa es para qué te he traído aquí. No creas que estás en un lugar cualquiera, un sitio al que podrías llegar tomando esta o aquella carretera. Y te he traído porque es necesario que aprendas muchas cosas sobre ti mismo y sobre los que te rodean.
Estoy sorprendido al ver cómo una niña tan pequeña tiene tal destreza léxica. ¿No se supone que a esa edad no han aprendido casi ni a multiplicar? Parece que me ha leído el pensamiento, porque me dice:
-No, los niños de 9 años saben ya muchas más cosas, pero yo no soy una niña normal, de hecho ni siquiera soy una niña.
Creo que me he quedado con la boca abierta ante tal declaración, pero ella no parece querer perder el tiempo en explicarme nada más.
-No tenemos mucho tiempo, aproxímate, por favor.
De pronto, sin saber yo cómo, he avanzado algunos metros hacia delante y estoy frente a la fuente que tenía el parque. Puedo ver, desde mi altura, un agua limpia y cristalina, que refleja mi rostro. Me asomo ligeramente y de pronto puedo ver que la imagen de mi reflejo va cambiando hasta aparecer otro rostro muy conocido para mí: el de mi hermana. Miro sorprendido la escena, que ya no es sólo el misterioso reflejo de su cara, sino su habitación al completo. Está sentada en su cama, con los codos sobre sus rodillas, y se tapa la mitad de la cara con sus manos. De pronto veo algo que me deja helado: dos gruesas lágrimas resbalan por sus mejillas, mientras otra pareja de ellas se esfuerza por alcanzarlas. La extraña niña, o lo que sea aquello, no me mira. Tampoco mira el reflejo del agua. Parece estar mirando mucho más allá, allá donde yo nunca sería capaz de llegar.
-¿Qué la pasa a Nerea?- me atrevo a preguntar.
-Escúchala –me responde ella.
Estoy a punto de replicar, ya que está claro que de un reflejo del agua no voy a escuchar nada, pero no llego a decir nada, ya que en ese momento, comienzo a oír un sollozo. Mi hermana parece estar pasándolo realmente mal. Entonces oigo cual es la fuente de su tristeza:
-Ya no puedo más- la escucho decir -¿De qué me sirve preocuparme tanto por él? Sólo consigo que me odie aún más. Sé que no debería comportarme como si fuera mamá, pero ¿qué otra cosa puedo hacer, si ella no está en casa nunca?
De inmediato comprendo que habla de mí. Vaya, no sabía que mi hermana lo pasase mal por mi culpa...Aunque lo cierto es que siempre ha intentado hacer las funciones de mi madre, y la verdad es que no sé porqué tiene que hacerlo. Al fin y al cabo yo ya soy mayorcito como para cuidarme sólo, ella no tiene por qué intervenir.
-¿Eso crees, Alex?
Ya está la niña esa, leyéndome el pensamiento.
-Voy a enseñarte algo más, es tu futuro, el tuyo y el de tu hermana, en caso de que tu vida siga como hasta ahora.
Me asomo de nuevo al agua de la fuente. La imagen ha cambiado de nuevo. Ahora muestra otra habitación, una que no conozco de nada. En ella veo a una mujer, de unos 30 años, vestida bastante elegante. No hay duda de que se trata de mi hermana, pues aunque algunos rasgos hayan cambiado, es perfectamente reconocible. A su lado hay otra persona, yo, sin lugar a dudas. Visto de una manera juvenil, aunque me da la sensación de que es una moda pasada. No tengo muy buena pinta, no parece que me haya cuidado muy bien. Estas dos personas, es decir, mi hermana y yo en un futuro, están discutiendo muy acaloradamente. Por lo visto, la estoy pidiendo dinero y ella no me lo quiere dejar. ¡Pues vaya una hermana!
-Sigue mirando, lo que vas a ver no te va a gustar demasiado, pero es la verdad.- me dice la niña.
Mi yo adulto, sale de la casa de mi hermana, enfadado porque no me ha dado dinero. Nos hemos dicho cosas muy feas, de las que uno acaba por arrepentirse, pero ya es demasiado tarde. No voy a repetirlas, porque no modificarían el transcurso de la historia, y no son muy agradables. El caso es que tras discutir con ella, me voy a la calle, donde me espera un mendigo, al parecer amigo mío.
-Nada, que no me quiere dar ni para pipas- le digo.
Él suelta una lista de improperios, y luego se queda callado, y de pronto me veo a mí mismo sacando un cigarro y un poco de droga.
-¿Me voy a drogar cuando sea adulto?- pregunto sorprendido y lleno de miedo. No es que las cosas me importen mucho, pero la droga siempre me ha parecido una barbaridad...
-Sólo tú puedes evitar esto. Tu hermana acabó muy harta de tus malas contestaciones, de tus comentarios hirientes y ofensivos, y muy cansada de preocuparse por ti y de que tú no se lo agradecieras nunca, ni con palabras ni con un esfuerzo que la indicara que había valido la pena. Te echó de su casa después de que te negases a trabajar en nada, y acabaste en la calle. Tú la pediste dinero para poder comprarte así mas drogas, pero ella te lo negó, aun sabiendo que eso te pondría furioso.
-Pero es mi vida, no entiendo porqué tiene que meterse siempre en ella....
-Te voy a mostrar una última cosa, porque tienes que entender que tus acciones también repercuten en los que tienes a tu alrededor y te quieren.
Me asomo por tercera vez al agua de la fuente, donde la escena que prosigue es muy parecida al final de la anterior: yo, bebiendo y fumando con aquel mendigo que parece ser amigo mío, sentado en el suelo, más muerto que vivo. De pronto veo que por el otro lado de la calle viene mi hermana, buscándome. Cuando me encuentra, me mira suplicante y me pide que vaya con ella, que duerma en su casa. Aquel no es un lugar decente, dice.
-¿Y porqué no me dejas en paz y te metes en tus asuntos? ¿Acaso te digo yo lo que tienes que hacer?
Me he puesto colorado. Sé que esa frase se la he dicho muchísimas veces a Nerea, pero oído así, desde fuera, me suena mucho peor.
Entonces, lo que ocurre a continuación me deja de piedra. Unos vagabundos se acercan a mi hermana, la ponen un cuchillo en el cuello y murmuran:
-Suelta ahora mismo toda la pasta.
Mi yo del futuro se enfada. Sabe que ella no debería haber ido a esas horas por allí, llena de ropas caras y joyas, pero lo que más le ha enfurecido, sorprendentemente, es que se hayan metido con su hermana.
-Déjala en paz, ¿vale?
-¿Y qué me vas a hacer si no la dejo?- me desafía.
Creo que en ese horroroso futuro estoy más que borracho, así que intento darle un puñetazo al que ha sujetado a Nerea, `pero al final, entre un movimiento mío y otros suyos, veo con horror que al vagabundo se le ha movido el cuchillo a lo largo de la garganta de mi hermana, y ella acaba de caer al suelo, sin vida.
En mi presente, puedo notar cómo las lágrimas luchan por salir al ver impotente cómo aquellos hombres huyen del lugar tras haberse llevado el bolso y el collar de la persona que ya nunca más lo llevaría.
En ese momento, el reflejo desaparece del agua, y vuelvo a ver mi rostro en ella.
-No es posible- sollozo –Mi hermana no puede morir así...- Me duele mostrar mis sentimientos delante de la gente, y mucho más si esa “gente” es una niña de 9 años, o algo así, pero no puedo evitar llorar. Yo no odio a mi hermana, pero es que a veces es tan entrometida...
-Alex, has tenido una oportunidad de oro que no muchos pueden tener. Aprovéchala. Has visto tu futuro, en tus manos está el modificarlo. Tu hermana te quiere, y está dispuesta a hacer grandes sacrificios por ti siempre que lo necesites, pero no puedes dejar que lo haga todo ella, tienes que ayudarla.
-Sí, tienes razón. Hablaré con ella y la pediré perdón. No podemos estar enfadados así toda la vida, aunque parezca una tontería, si no ponemos paz entre nosotros, sólo significará la muerte para ambos....
-Veo que lo has entendido muy bien- me sonríe la niña.- Debes regresar ya, he terminado mi labor, ahora te toca a ti.
Acerca su mano y la posa en mi hombro. En ese momento el jardín empieza a desvanecerse, y sé que pronto estaré de nuevo en mi cuarto, pero aún tengo tiempo de preguntar una cosa más:
-¿Pero porqué me has elegido a mi? ¿Porqué has dejado que viera mi futuro?
-Tu hermana es cristiana, y acostumbra a rezar por ti cada noche.
Su respuesta me deja anonadado, y entonces entiendo lo que era aquella niña: un ángel que, atendiendo al ruego de mi hermana, había venido para ayudarme, para salvarme.
Llegué a mi cuarto, y oí de nuevo el toque en la puerta de la habitación. Al parecer, el tiempo que había estado allí, viendo todo aquello, no había sido tiempo real, y mi hermana seguía pidiendo permiso para entrar.
Corro a abrir la puerta, y sin previo aviso, me abalanzo sobre ella y la doy un abrazo. Como es lógico, mi hermana no se lo espera y reacciona con un gran susto.
-¿Se puede saber qué te pasa? He venido a traerte las hojas que me dio tu profesor, tienes que hacerlas cuanto antes.
Recojo las hojas de su mano y comienzo a leer algún ejercicio de matemáticas. Nerea me mira con asombro.
-¿Vas ha hacerlos?
-Claro que sí- respondo- No puedo suspender. Y, Nerea, quería decirte algo muy importante, siéntate.
Mi hermana entra en la habitación algo temerosa, como si pensase que yo la fuera a hacer algo malo. Se sienta en la cama y espera a que yo comience a hablar.
-Antes de nada, es importante que te pida perdón. Sé que nunca he sabido agradecerte que cuides de mí, ya que mamá no suele estar mucho tiempo en casa. Comprendo que te esfuerzas mucho para que yo haga lo que tengo que hacer y que siempre te he contestado de muy malos modos.
La cara de mi hermana es todo un poema, ya imaginaba yo que no se lo iba a esperar. De pronto me da un abrazo y me besa la cabeza. Y ahí me quedo yo, apoyado en su pecho, sabiendo que mi vida debía dar un giro, un giro que yo no esperaba.
Lejos de allí, en un lugar que no se puede medir por la distancia ni en el tiempo, una niña estaba inclinada sobre una fuente, observando el agua. Y entonces una gran sonrisa iluminó más aún su bello rostro.
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Lucía Romero Vega, 1.º B ESO
En los primeros días de septiembre el pequeño pueblo pirenaico de Fresia del Valle bullía de actividad .En el mercado todo eran cuchicheos y murmullos .Todo el mundo hablaba de lo mismo ;la mansión de lo Bordeux había sido vendida por una bagatela a unos extranjeros. La mansión de los Bordeux era una construcción grande, de tres pisos labrados en piedra, ventanas de madera, pizarra en el tejado y una preciosa claraboya en el salón de la última planta. Por dentro, la mansión era ostentosa, toda ella decorada con antiguos muebles de ébano y caoba. Estaba situada en el centro de un bosque de hayas y robles, a las afueras del pueblo. Nadie quería comprarla debido a los extraños sucesos que se habían producido en ella. Siempre había estado rodeada de un halo de misterio.
Era medianoche cuando Diana y sus padres; Imma y Luis llegaron a la nueva casa. Era antigua y se denotaba un estilo clásico, pero aún así se habían realizado algunos cambios: El baño había sido reformado y el salón de la planta más alta estaba ahora ocupado por unos sofás cuadrados de cuero blanco. Diana y sus padres no eran supersticiosos, por eso habían adquirido la mansión, ya que además de ser muy espaciosa era barata.
Diana era una chica de dieciséis años, alta y bastante delgada, como una espiga. Tenía una larga melena castaña, que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Su pelo era liso, demasiado liso para su gusto, suave y sedoso. Sus ojos eran profundos, como dos pozos sin fondo, almendrados y de un color verde grisáceo. Eran impactantes a causa de rimel de la pestañas. Mostraba una expresión triste y seria, pocas veces sonreía. Casi nada le gustaba, para ella todo era igual, vivía en un mundo melancólico. A pesar de eso era valiente y luchadora, siempre intentaba las cosas, hasta que, por insistencia las lograba. Era inteligente aunque las notas en el instituto no fueran brillantes. Era tímida, le costaba hacer nuevos amigos, por eso le encantaba leer.
Diana estaba metida en la cama, sin poder dormir, contemplando con la mirada perdida la que sería su habitación durante muchos años. Ese día se había ido pronto a dormir, pues al día siguiente tenía que ir al instituto. El viento azotaba los cristales de las ventanas con fuerza. Por toda la casa se oían crujidos, golpes y murmullos de voces cavernosas. En ese momento ,Diana recordó las escalofriantes leyendas sobre la casa que se narraban en el pueblo. Las gentes del lugar contaban que la residencia fue construida encima de un antiguo cementerio y que por las noches, los muertos se revolvían en sus tumbas, produciendo ruidos en toda la casa. Estas leyendas se alimentaban con el halo de misterio que siempre rodeó a la vivienda y a sus moradores, la muerte en extrañas circunstancias de estos era otro aliciente más.
Unos escalofríos producidos por el miedo recorrieron su cuerpo. En un momento de lucidez Diana se cubrió la cabeza con el edredón y al cabo de un rato se durmió. A la mañana siguiente el despertador la sacó de sus sombríos sueños. Desayunó apresuradamente, cogió su mochila y salió de casa. Las hojas de los árboles crujían bajo sus pies. Atravesó el pueblo hasta llegar a la parada del autobús. Allí había varias chicos y dos chicas,que,como ella, esperaban el autocar, así conoció a Estela. Estela, al contrario que elle era habladora, sociable, impulsiva y sobre todo muy guapa. Tenía unos ojos azules, cristalinos, como dos zafiros; Una larga y rizada melena pelirroja y unos labios del color de los de los tomates. Cuando llegaron a clase se sentaron juntas. El día transcurrió con normalidad, a pesar de lo que le costaba había hecho dos amigos: Estela y Miguel. Miguel vivía en el pueblo de al lado, llamado Villalobos; era rubio, de ojos castaños y sonrisa pícara; muy bromista y, por mucho que lo disimulara, muy inteligente.
Los padres de Diana no estaban en casa, había salido de viaje, no volverían hasta dentro de dos días, por eso, Diana aprovechó para conocer mejor a los chicos. Se fue con ellos a dar una vuelta, se lo pasaron genial.
Diana corría por la foresta hacia la mansión, era tardísimo. Por la noche la vegetación del bosque parecía más espesa, los árboles creaban extrañas y macabras sombras. Los búhos ululaban en las ramas. Por lo demás todo estaba envuelto en un silencio sepulcral. Diana se esforzaba por correr a la máxima velocidad que le permitían sus piernas, el bosque daba miedo .Entró en casa y subió las escaleras hasta la última planta. La mortecina luz de la luna entraba por la claraboya del salón, bañando de luz los sofás de cuero blanco. Estaba cansada y decidió darse una ducha. Cogió ropa limpia y fue a baño. Después de ducharse se peinó el pelo y se lo secó con el secador. Se quedó mirándose hipnotizada en el espejo, la superficie de cristal parecía oscurecerse por momentos, se ondulaba, como si se transformara en agua. De repente la oscuridad del espejo la engulló.
Miguel estaba jugando con el ordenador y reflexionando sobre lo que Diana le había contado. Comenzó a imaginar explicaciones insólitas para aquellas voces cavernosas y tétricas en medio de la noche . Una idea tomó forma en el fondo de su mente, -¿Qué dirá la Wikipedia de todo esto? – pensó Miguel. Buscó información sobre todos los seres fantásticos, de qué se alimentaban, cómo vivían... Definitivamente aquello no podía ser, menudos disparates.
Pero había tres opciones que podían ser posibles.
¿Y si hubiera un cementerio bajo la casa como afirman los aldeanos?
¿Y si hubiese algún hombre lobo en el bosque?
Y...¿Vampiros tal vez?
Por una extraña razón Miguel pensó que la idea más acertada era la de los vampiros, no se equivocaba.
Miró el Messenger, Estela estaba conectada, habló con ella y quedaron en su casa. Estela al principio se mostraba reticente, en pleno siglo XXI, ¿quién iba a creer en vampiros?. Pero después Miguel la hizo cambiar de opinión. Se prepararon, Miguel talló unas estacas de madera, cogieron los cuchillos de plata del mejor servicio de la madre de Estela y unas cabezas de ajos. Miguel decidió ir el primero para hablar con Diana y explicarle lo que sucedía. Cogió la bici y salió a la carrera hacia casa de Diana. Lo que vio allí no le gustó nada. La casa estaba silenciosa y sólo se oían unos ruidos extraños. Registró toda la casa y cuando ya se iba a ir se dio cuenta de que no había mirado en el baño de abajo. Llamó a la puerta primero, pero el silencio fue el único que le contestó. Entró, no había nadie, observó toda la habitación y sus ojos recayeron en el espejo. Era muy raro, tenía un color muy oscuro, casi negro, mientras lo miraba sentía como el espejo le iba hipnotizando. Rozó suavemente la superficie del espejo con los dedos y se sumergió dentro.
Cuando Diana despertó Diana pudo percibir un fuerte olor a humedad, a sitio cerrado, era un olor acre... Estaba tumbada sobre un altar tallado en piedra rodeada de velas y flores. El altar tenía signos arcanos grabados llenos de un líquido pegajoso, era rojo... era sangre, era... ¡su propia sangre!. A su lado junto al altar había una criatura encorvada que de pronto se volvió. Era horrible; enjuto, de tez pálida y deforme. Sus labios eran rojos y crueles y entre ellos asomaban dos largos y afilados colmillos. Los dientes tenían un color negro amarillento, llenos de sarro y suciedad. Tenía el pelo largo, grasiento y desgreñado. Vestía un antiguo frac lleno de moho y polvo. Era un vampiro. Le sonrió maliciosamente e hizo las presentaciones. Diana supo entonces que debajo de su casa había un antiguo cementerio que ahora se había convertido en el hábitat de unos vampiros.
Miguel se cayó en la tierra barrosa que formaba un sendero entre lo que se asemejaba a césped putrefacto. Se levantó como pudo y siguió andando, tenía los pantalones y las zapatillas llenas de barro. Cuando llevaba un rato caminando por el senderola cartera que llevaba a los hombros le comenzó a pesar. Aún así siguió avanzando, una suave bruma cubría la senda lo que hacía más difícil avanzar. Logró vislumbrar una cabaña pequeña que antes habría pertenecido al enterrador. Anduvo entre lápidas rotas hasta llegar a la choza.Miguel tenía la certeza de que Diana estaba dentro. Sacó de u mochila las cabezas de ajo y las estacas antes de empujar la carcomida puerta.
La puerta cedió, el golpe había sido terrible. Los vampiros se volvieron sobresaltados, acto seguido se volvieron a por Miguel. Él les tiró las cabezas de ajo, pero sólo los paralizó durante unos minutos. Más tarde les atacó con los cuchillos de plata. Muchos se llevaron profundas heridas, otros solamente algunos cortes en la piel. Entonces se fijó en Diana, tenía un aspecto horrible. Estaba blanca como la nieve y a través de su piel se entreveían sus venas de color azul. El pelo tenía un aspecto lacio y sin vida. Estaba inconsciente, Miguel se preguntaba qué le habrían hecho. La cogió en brazos con delicadeza y la sacó de allí. Sus zapatillas se hundían en el barro y la niebla le impedía ver con claridad.
Estela se revolvía inquieta en su cama, Miguel no la había llamado. Se tranquilizó a sí misma, pensando en que tendrían mucho de que hablar. Poco después cayó dormida. Mientras tanto, Miguel y Diana llegaban al lugar donde éste había aparecido. Se sentó encima de una roca blanca, pulida como la superficie del espejo, para descansar. De improviso, con Diana todavía en brazos, apareció en el baño de la mansión. Inmediatamente dejó con cuidado a Diana en el sofá. Luego llamó con el teléfono fijo a Estela contándole lo sucedido.
Diana comenzó a volver en sí, gritaba incoherencias y se convulsionaba violentamente. Miguel logró calmarla y hacerla dormir. Él fue a dormir a su casa . Al día siguiente llamó a Diana, que ya estaba recuperada, para que se reuniera con él y con Estela en casa de ésta. Diana les contó lo que le o hecho : la habían atado al altar y le habían extraído una botella de sangre, que luego se repartieron. Estela horrorizada, juró acabar con ellos y se le ocurrió cómo matarlos. Después de cavilar mucho tiempo trazaron un plan . Esa noche volverían al cementerio subterráneo, los paralizarían con los ajos y los matarían con las estacas.
Todos estaban preparados, con cuchillos de plata, largas estacas, ristras de ajos crucifijos.
Llegó la medianoche, todos se dieron un toque al mismo tiempo. Era la hora. Cada uno salió de casa con su mochila y todo su equipo.
Se encontraron en la puerta de la mansión, entraron y uno detrás de otro se metieron en el espejo del baño .Esta vez aparecieron sobre una lápida rota. Avanzaron con paso ligero sobre el césped putrefacto. La espesa niebla impedía divisar cualquier cosa, por lo que tardaron en encontrar la casita del enterrador, donde se escondían los vampiros.
Los vampiros sabían lo que tramaban y los esperaban con ansia, les iban a tender una emboscada. No tendrían escapatoria.
En cuanto empujaron la puerta de madera una decena de bebedores de sangre se lanzaron sobre ellos. Tan siquiera les dio tiempo a sacar su equipo, sólo Estela logró alcanzar una ristra de ajos, paralizó a muchos vampiros permitiendo que los demás pudieran sacar los cuchillos y las estacas. A la vez que les herían les clavaban una estaca a la altura del corazón. Pelearon con fuerza y entrega, aunque la diferencia numérica jugaba en su contra.
Cuando todo parecía haber acabado y regresaban por el sendero de fango. Diana cayó, arrastrada por una mano mutilada y amarillenta. Sus compañeros al ver que se estaba hundiendo en el barro tiraron de ella. La lograron sacar de lo que parecía un pozo, pero con ella también rescataron de las profundidades a un vampiro, que aprovechó el momento de shock para coger a Diana y morderle con ahínco y avidez el cuello. Unas gotas de sangre mancharon su camiseta blanca. Miguel y Estela contemplaban la escena horrorizados, la furia recorría sus rostros al ver como el vampiro succionaba la sangre de su amiga. Dejándose llevar por un ataque de ira Miguel sacó un puñal de plata y arremetió contra el sanguijuela. Éste sobresaltado dejó a Diana en el suelo y fue a enfrentarse con Miguel, que solo consiguió rasgar sus ropas mohosas. El vampiro se movía con destreza causándole a Miguel numerosas heridas, pero este no se amedrentó y sin que el vampiro lo viese le clavó un puñal en el estómago. Aunque el puñal no lo mató le dio el tiempo necesario para sacar una estaca y clavársela en el corazón.
Diana estaba pálida, con los ojos en blanco y retorciéndose de dolor.
Miguel y Estela sabían que le pasaba, no podían hacer nada, era demasiado tarde, la ponzoña del vampiro se extendía convirtiéndola en un monstruo.
Ambos enterraban sus pensamientos en el fondo de su mente, engañándose a sí mismos. No querían creer que, ahora su mejor amiga era su peor amenaza. Se marcharon de allí antes de que lo que quedaba de Diana despertase, en ese momento era un engendro.
La pesadilla del pueblo acababa de empezar.
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Mario Mateos Veledo, 1.º A ESO
Samuel descendió del tren tan deprisa como pudo, cuando éste por fin se detuvo en la estación de la pequeña aldea de Parenka, el atardecer de aquel viernes a primeros de mayo.
La semana le había salido redonda. El examen de las dos lecciones de mates que tenía atravesadas lo había aprobado y además con buena nota. Por eso, su madre no pudo negarse cuando le preguntó si podía pasar el fin de semana con su tía Carmen, en aquel pueblecito alejado del ruido de la ciudad, que tan buenos recuerdos le traía y donde podía practicar su pasión favorita: cazar mariposas que más tarde, junto con su amiga Clara, volvía a dejar libres en el pequeño huerto que ésta tenía junto a su casa.
Samuel era un muchacho de doce años, bajo y bastante menudo, al que le fascinaba la naturaleza. Tenía una ligera cojera en su pierna izquierda, debido a una extraña enfermedad que había padecido hacía unos años y que estuvo a punto de dejarlo sentado en una silla de ruedas. Pero su valentía, su fuerza de voluntad y el interés que puso un famoso médico en estudiar su enfermedad, le ayudaron a que esto no ocurriera. Por eso, no le daba importancia al hecho de cojear ya que, además, no le quitaba de poder ir detrás de las mariposas en los soleados días de primavera.
Después ir a casa de su tía y darle un enorme abrazo, se fue en busca de Clara. Sabía que la encontraría en la orilla del riachuelo, su lugar preferido, donde disfrutaba mirando los peces a través de sus aguas cristalinas.
Allí pasaron los dos un buen rato hasta que los últimos rayos del sol se ocultaron detrás de las montañas y entonces decidieron regresar a casa para descansar, pues habían quedado en ir al bosque al día siguiente temprano, a observar y atrapar mariposas.
Al amanecer, después de caminar una media hora, llegaron al lugar que habían elegido para pasar el día.
Era un enorme y extenso bosque repleto de árboles y arbustos que ahora, en primavera, estaban llenos de flores de distintos colores y donde las mariposas mezcladas con el amarillo de varias abejas revoloteaban de un lado para otro. Todas eran muy atractivas pero había una que les llamó enormemente la atención. Era de color granate con dos rayas negras en cada una de sus alas y decidieron seguirla. El tiempo fue pasando y después de estar todo el día caminando entre flores, encinas y algún pino, se dispusieron a regresar, pues no tardaría en anochecer. Entonces se dieron cuenta, aterrados, de que no sabían dónde estaban. Aquel lugar era completamente extraño para ellos. Caminaron en todas las direcciones pero por más que intentaban dar con el sendero de vuelta no lo conseguían. Después de mucho deambular se acurrucaron sobre un árbol y, abatidos, se quedaron profundamente dormidos.
Los primeros rayos del sol despertaron a Clara y a Samuel. Estaban tiritando de frío, tanto que los dientes le castañeteaban, así que decidieron encender una hoguera para entrar en calor y a la vez poder llamar la atención con el humo.
Clara tenía la boca seca y le pidió a su compañero que le acercara la botella de agua que tenía dentro de su mochila, éste alargó la mano para cogerla y no se dio cuenta de que una enorme serpiente levantó su cabeza, y blandiendo su lengua le clavó sus dientes en el brazo descargando sobre él todo su veneno. Samuel sintió un profundo dolor y clamó con fuerza. Enseguida Clara, sin pensárselo dos veces, rasgó la manga de su camiseta, y se la ató fuertemente en el antebrazo mientras Samuel chupaba el veneno y lo escupía con rabia. Después todo comenzó a girar a su alrededor hasta quedarse dormido.
Su amiga estaba desesperada y no sabía cómo actuar, estaban perdidos y no lograban salir de allí.
Pasadas unas horas Samuel abrió los ojos e irguiéndose le comentó a Clara que se encontraba mejor. Ésta se tranquilizó un poco y animó a su compañero a caminar algo más para tratar de buscar una salida. Al cabo de un tiempo, agotados y sin fuerzas, se tumbaron debajo de una encina y poco a poco el sueño se apoderó de ellos.
De pronto un aullido estremecedor retumbó en la noche. Samuel y Clara despertaron sobresaltados temiéndose que algún lobo merodeara por los alrededores, así que ayudados por el resplandor de la luna, se arriesgaron a buscar un lugar mas seguro para esconderse e inmediatamente vieron una cueva. A Clara aquel sitio le pareció muy lúgubre pero Samuel la convenció y decidieron entrar. Cuando miraron al fondo se dieron cuenta de que estaban siendo observados por dos enormes ojos que relucían en la oscuridad y que se acercaban cada vez más a ellos. Rápidamente comprendieron atemorizados que era un enorme lobo gris. Enseguida salieron de la cueva. Clara comenzó a correr con todas sus fuerzas sin enterarse de que Samuel se había quedado atrás debido a su cojera. Éste, para despistar al lobo, decidió ir en dirección contraria a su compañera, y al ver una gran roca se ocultó tras ella. Desde aquel lugar, comprobó sorprendido que el lobo no había ido tras ellos sino que se quedaba acechando en la entrada de la cueva.
Samuel no se atrevía a salir de su escondite por miedo al animal, pero deseaba hacerlo, pues no sabía dónde se encontraría su amiga. La conocía muy bien y tenía claro que el miedo no la dejaría parar de correr en toda la noche. Podía haberse alejado demasiado de allí, por eso quería buscarla cuanto antes.
De madrugada, cansado de estar agachado junto a la roca, descubrió que por fin el lobo se había ido y se arriesgó a salir deprisa en busca de Clara. Su preocupación mayor ahora, era encontrarla, por lo que caminó durante mucho tiempo en la misma dirección que la vio correr, vociferó una y otra vez su nombre esperando su respuesta e incluso se atrevió a trepar a un árbol y oteó en todas las direcciones, pero no vio ni rastro de ella. Cuando se disponía a bajar divisó algo que le llamó la atención y que le pareció una cabaña. Ilusionado, se puso en camino hacia aquel lugar con la esperanza de poder encontrar allí a alguien que la ayudara y donde, tal vez, estuviera su compañera.
Un estrecho y largo sendero lo condujo hasta una pequeña choza, pero nada más abrir la puerta, sus esperanzas se desvanecieron al comprobar que aquella vivienda llevaba mucho tiempo deshabitada. Desconsolado, salió fuera y dándose por vencido se sentó en la verde hierba y lloró durante mucho tiempo. Ya no sabía qué hacer, comenzaba a sentir hambre y en su mochila no quedaba nada que llevarse al estómago. Cuando por fin consiguió tranquilizarse un poco, observó como una mariposa granate volaba a su alrededor, y se dio cuenta de que era igual que la que habían seguido Clara y él, el día que terminaron perdiéndose en el bosque. Casi se atrevía a decir que era la misma.
Samuel se levantó y la mariposa comenzó a aletear de flor en flor. Entonces decidió ir tras ella. Nada tenía que perder y quizás lo llevaría hasta un lugar conocido.
Por un momento se olvidó de todo, se dejó llevar por su pasión favorita y disfrutó viendo como la mariposa agitaba las alas, como descansaba en alguna flor y como nuevamente se elevaba hasta encontrar otro lugar donde posarse. Así pasó varias horas persiguiéndola embelesado entre árboles de todas las clases y muchos matorrales llamativos, hasta que de pronto descubrió una enorme encina que le resultaba conocida y en ese momento comprendió que por fin había encontrado el camino para regresar a casa de su tía.
Lleno de ilusión y alegría, aunque muy preocupado por su compañera, inmediatamente se dispuso a ir al pueblo a pedir ayuda para encontrar a Clara. Entonces le extrañó que la mariposa granate llevara mucho tiempo quieta sobre unos arbustos que no tenían flores y cuando decidió acercarse para comprobar lo que le ocurría, de pronto todo su cuerpo se paralizó, al descubrir horrorizado que detrás del matorral su amiga Clara…
Samuel despertó asustado, azorado y sudoroso en su cama, miró a su alrededor y se dio cuenta de que todo había sido un mal sueño, entonces se tranquilizó. Él se encontraba bien y a su lado, su madre sonriente como siempre, le recordó que era hora de levantarse para ir al colegio. Ayudado por ésta consiguió sentarse en su inseparable silla de ruedas y se sintió contento y feliz. Era su último día de clase y por fin podría ir al pueblo de su tía a disfrutar de la naturaleza con la ayuda y compañía de su amiga Clara.
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David Ferrero Peláez, 1.º B ESO
David Ferrero Peláez, 1.º B ESO
Los veranos siempre son fabulosos desde que recuerdo, meses llenos de aventuras, amigos y mucha diversión.
Pero aquel verano fue el más especial, lo que viví me sigue enseñando a vivir.
Llevaba semanas planeando el viaje con mis padres, destino: Lanzarote. Sería mi primera experiencia en avión, y la verdad, me impresionaba un poco… volar no es justamente el medio más apropiado para el ser humano.
Llegó el día y a pesar del cosquilleo que sentía me disponía por fin a disfrutar de la sensación, y el viaje se pasó volando. Llegamos al aeropuerto de Lanzarote y tras conocer nuestro alojamiento nos dispusimos a conocer la isla y comprobar con nuestros propios ojos lo que había leído de ella: es la más oriental de las islas Canarias, en el Atlántico, frente a las costas del sur de Marruecos. Comprobé porque la llaman La isla de los volcanes, su superficie se extiende sobre un manto volcánico. Cuenta nada menos , que con trece parques naturales; el parque de Timanfaya parecía transportarnos a un paisaje lunar de colores ocres y negros de las erupciones volcánicas. Una atracción interesante son los géiseres artificiales: echan agua fría sobre una cámara magmática.
Entre excursión y excursión también disfrutamos de la playa y… ¡menudas playas!: arenas blancas, aguas transparentes y calas escondidas de rocas negras.
Nunca me cansaba de divertirme en el mar y dar mis primeras clases de surf; practicaba con mi tabla hasta quedar exhausto.
Claro, que luego como decían mis padres, ni un volcán en erupción me despertaba.
Pero aquella noche, sí que me despertaron muchos gritos y gente corriendo; alarmado salí en busca de mis padres, a los que no encontré en su habitación. Desorientado, me mezclé con la gente, que iba en dirección a la playa.
A lo lejos, en la orilla, vi a mis padres y a un chico con una tabla de surf acercándose a ellos con… ¡oh, no!, lo que parecía un cadáver.
Con una mezcla de angustia, miedo y curiosidad, me fui acercando más y vi como mi madre intentaba una reanimación como había visto en las películas; eso significaba que esa persona seguía con vida, ¡menos mal!
En esos momentos yo era invisible a ojos de todos, que sólo miraban al mar y a lo que llegaba de él: personas agotadas que ya apenas movían brazos y piernas.
La gente de la orilla lanzaba cuerdas, otros se adentraban con sus tablas intentando salvar algunas vidas. Nunca había presenciado una situación tan horrible.
Desconozco la razón que me llevó a alejarme hacia la pequeña cala donde a veces jugaba a escondidas. Supongo que refugiarme de los gritos de lamento y desesperación que traía ese mar que yo tanto amaba.
Tantas veces había oído en las noticias la llegada de pateras sin pensar más en ello que esos segundos de portada y ahora esa realidad se presentaba ante mis ojos. Esa pobre gente perdía sus vidas por el sueño de otro mundo.
Las lágrimas corrían por mis mejillas, el cuerpo me temblaba, cuando me pareció oír un susurro cerca, me aproximé y vi a un chico entre las rocas que tendía su mano hacia mí. Mis músculos se paralizaron aunque mi mente me decía que debía llamar a alguien para pedir auxilio.
Ya iba a irme cuando el chico me agarró con fuerza suplicando:
-Por favor, ayúdame, no policía, tú.
Vi el miedo en sus ojos al escuchar el sonido de las sirenas que llegaban al lugar. Su mirada suplicante y llena de terror me hizo cogerle de la mano y salir de allí corriendo. Bordeamos la cala en dirección a la puerta trasera del hotel; casi arrastrándole, con todas mis fuerzas, le subí a la habitación sin que nadie nos viera, cosa fácil por otra parte: el hotel estaba desierto.
Ahmed, que así se llamaba, tiritaba; dejé que la bañera se llenara de agua caliente y le indiqué que se metiera.
Busqué ropa mía que se pudiera poner. Me fijé en sus manos grandes y encallecidas, parecían las de un hombre adulto. Luego me acordé de las horas que había pasado sin comer, encontré unas chocolatinas y cuando salió del baño, ya seco, las devoró y me sonrió.
Ahmed hablaba un español parecido a mi inglés de 1º de la E.S.O., pero nos bastó para entendernos. Me contó que tenía quince años aunque su cuerpo me pareció de diez; era de un suburbio cerca de Tánger. Pocas veces iba a la escuela: había que llevar dinero a casa. Poseía nociones de español porque uno de sus muchos trabajos era de niño-guía con los turistas a cambio de algunas monedas. Su madre murió muy joven, su padre trabajaba de gorrilla aparcando coches. Con sus abuelos y sus tíos vivían en una especie de chabola con el suelo de tierra. Muchas noches tenían poca cena para repartir.
Su padre no sabía que se disponía a embarcar en una patera aunque tampoco se veían mucho.
-Lo tenía que intentar-me dijo-sólo tenía una cosa que perder: la vida.
Yo le dejaba hablar, fascinado, ¿qué le iba a contar yo?¿Que quería una nueva consola?¿Que odiaba la verdura que me obligaban a comer?¿Que me cansaba de ir a clase? En un momento que fui a beber agua, Ahmed se quedó profundamente dormido de puro agotamiento.
Yo le contemplaba cuando aparecieron mis padres, en los que ni siquiera había pensado. Les rogué que le dejaran allí, que no avisaran a nadie: era mi amigo.
Mis padres, atónitos me dijeron:
-Vale, se quedará esta noche pero no podrá quedarse con nosotros, las cosas no funcionan así.
Me sentí impotente, ¿no entendían que confiaba en mí? Ahmed sólo quería una oportunidad. Me enfurecí contra todo y todos.
Mis padres trataron de calmarme, por la mañana buscarían una solución.
A la mañana siguiente después de un copioso desayuno que a mi amigo le hizo sentirse de maravilla, mis padres convocaron una reunión: habían estado telefoneando a diversos sitios y tenían la solución: una escuela solidaria en Beni Makada(Tánger), allí tendría una formación, sin embargo en España no tendría oportunidades si ni siquiera saber leer y escribir.
Allí el Real Madrid y el Barcelona abrieron unas escuelas de fútbol solidarias y había una plaza para Ahmed: iría a clase, jugaría al fútbol y tendría profesores de apoyo en todas las tareas.
Ahmed nos observaba con recelo:
-¿Veré a mi familia?-dijo Ahmed.
-Claro-respondió mi madre.
Y por primera vez noté una pizca de luz en sus ojos.
-Le acompañaremos-dije con determinación.
Y mis padres asintieron.
Durante las horas que mis padres dedicaban a esas cosas legales, Ahmed y yo nos divertimos sin parar. Para él todo era nuevo: tiempo para poder jugar sin más preocupaciones, comer lo que le apeteciera, los videojuegos…
En ocasiones miraba con nostalgia al mar, recordaba a los que se quedaron en él y también a su familia, había sido muy duro pensar que no les volvería a ver.
Llegó el día de partir a Tánger, apesadumbrados pero con ilusión viajábamos esta vez en barco.
La escuela era como las de aquí, una maravilla para Ahmed: pabellones deportivos, ordenadores… Todo le entusiasmaba.
Después de conocer a sus compañeros, viajamos a su casa:
-¡Qué pobreza!-pensé al llegar.
La casa no tenía baño, las paredes sucias y mugrientas y el tejado con agujeros y goteras por todas sus partes. Pero la felicidad de su familia era inmensa, tenían a Ahmed con ellos, cuando le creían muerto.
Un cooperante le contó el proyecto para su hijo, sus parientes asintieron humildemente, que Ahmed fuese estudiante era un honor para ellos.
La despedida fue dura pero algo me decía que Ahmed sería feliz.
Hace meses que nos comunicamos por Internet, le encanta la informática y es un artista del balón, igual llega a ser un gran futbolista.
Pero lo más importante es que podrá ser lo que el quiera.
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El jurado del concurso, compuesto por los profesores Don Francisco Prada, Doña Rosana Bartolomé, Doña M. Josefa Cordero y Don Bruno Marcos, ha decidido conceder el premio a la narración que lleva el título "Fuera de casa", escrita por el alumno de tercer curso Martín Molezuelas.
Fueron finalistas del certamen los siguientes títulos:
- "Un giro inesperado", de Judit Gayán, 2.º BACH. HH y CCSS
- "El ánfora infinita", de Christian Clerigué, 1.º ESO
- "Samuel y las mariposas", de Mario Mateos, 1° ESO
El jurado resalta la calidad de las obras presentadas y solicita al Departamento de Lengua y a la Dirección del Centro la concesión de un obsequio a cada uno de los concursantes, que será entregado a su debido momento.
El Departamento agradece la participación y anima a todos los alumnos a participar en los sucesivos concursos.
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