El ánfora infinita
Escrito por Administrador Plataforma, lunes 25 de mayo de 2009 , 13:26 hs , en Relatos

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Cristian Clerigué

          Los Gardan son una tribu guerrera. Sus tierras se extienden por una basta y árida llanura, donde apenas hay vegetación, en la que la caza no es muy abundante, por lo que cuidan con empeño de su ganado.

          De aspecto terrorífico –  altos, tez oscura, frente prominente y colmillos afilados – se asemejan más a una fiera que a un ser vivo inteligente.

          Los Margot son sus vecinos. Seres muy sociables, con una capacidad intelectual superior. Tienen una amable apariencia, ojos azules, piel tersa, cuerpos musculados y robustos; viven del comercio.

          La convivencia entre ambas tribus siempre ha sido complicada y las luchas continuas causan bajas en los dos bandos.

          Sin embargo, ahora sus consejos se encuentran reunidos alrededor de una hoguera en busca de soluciones.

          El rio se está secando, las crecidas que había cada primavera ya no se producen, el hambre y las enfermedades asolan ambos poblados. Deciden enterrar el hacha de guerra, la supervivencia es ahora lo más importante. Sin agua la muerte les acecha a todos sin distinción.

          Cuenta una antigua leyenda, que ha ido pasando de generación en generación, la existencia de un “Ánfora infinita”, de la que mana el agua a raudales, sin fin. El Dios Elos se la entregó a los primeros pobladores de aquellas tierras para su supervivencia, pero por su mal uso y las peleas por su propiedad, los transformó en bestias y los condenó a custodiar el Ánfora que se encuentra en la Montaña Maldita, en el interior de la gruta Rasgron.

          La decisión está tomada: dos guerreros serán los encargados de ir en su busca: Crow, un imponente, fuerte y fiero guerrero de los Gardan y Krungue, un Margot que destacaba por su habilidad con la espada. Son viejos conocidos del campo de batalla, se respetan, se temen, se odian…

          Partieron hacia su destino. Hacía mucho frío, cubrieron sus cuerpos con unas gruesas capas de piel que las mujeres del poblado habían confeccionado para la ocasión. El cansancio iba haciendo mella en sus cuerpos, ¡era hora de reponer fuerzas! Se sentaron encima de unas rocas, comieron carne salada y pan de maíz que llevaban en un fardo atado a su espalda. A lo lejos, atraídos por el olor de la comida, una manada de lobos bicéfalos les observaba.

          Apenas hablaban, no estaban muy interesados en conocerse. Siglos de desconfianza, enemistad y lucha les separaban. No les resultaba fácil viajar uno al lado del otro. Cualquier intento de conversación era motivo de discusión, de reproche. Con el paso de los días fueron conociéndose poco a poco. Crow era un mando militar importante entre los suyos, era muy respetado, con esposa e hijos. Krungue era algo más joven, pero también era un miembro importante en su comunidad, sin embargo el comercio era su actividad principal no la guerra, aunque había demostrado siempre su habilidad y valentía cuando defendía a su pueblo. También tenía una familia que le esperaba a su regreso.

          Adentrarse en la Montaña Maldita requeriría toda su atención y, más importante aún, la colaboración de los dos. Sabían que la montaña estaba habitada por los Tandors, una especie muy peligrosa. Son primitivos, casi monos, no dudan en atacar con sus lanzas y arcos a cualquier cosa que se mueva. Tan solo llevaban media jornada en su territorio cuando Krungue notó rápidamente su amenazante presencia. Con un leve movimiento de su mano avisó a Crow del peligro. Los enemigos se abalanzaron sobre ellos. Lucharon por su vida, por su pueblo; el uno por el otro. Nunca hubieran imaginado estar codo con codo en semejante situación y, mucho menos, en depositar su confianza  en quien hace apenas unos meses hubiera aniquilado a su raza sin el menor remordimiento. Fuerza y coraje de uno, inteligencia y habilidad del otro. Sus adversarios fueron cayendo irremediablemente. El Margot fue herido por una lanza, su compañero por una flecha, pero juntos sobrevivieron a la lucha.

          La gruta Rasgron estaba cerca. Tenían que escalar la pared de roca que se encontraba ante ellos hasta un pequeño saliente en el que se hallaba el acceso al interior.  En un par de horas se encontraron caminando por sus estrechos pasillos, bajaron hasta su interior donde vieron a lo lejos un pequeño lago y en su centro, en un islote, el Ánfora.

          Corrieron en su busca, pero nada más pisar el agua, aparecieron unas peligrosas criaturas anfibias. Krungue pensó rápido y le dijo a Crow que eran demasiadas, tenían que coger el Ánfora y retirarse a los pasadizos de la gruta donde sería más fácil enfrentarse a ellos. La cogieron y salieron corriendo. Sus enemigos les superaban en número de forma aplastante. Se turnaban al frente, aprovechando los angostos pasillos, para contener a aquellos monstruos.  La victoria era imposible, ambos lo sabían y Crow, finalmente, planteó la única posibilidad a su compañero: uno de ellos escaparía de allí, el otro debería permanecer luchando hasta la victoria o la muerte. Los dos se hubieran quedado con gusto, pero cada uno conocía perfectamente sus posibilidades. Krungue se encontraba al frente cuando sintió la mano del gardan sobre el hombro y escuchó su voz: “debes irte”. Con una mirada resumieron sus sentimientos. Admiración, esperanza, amistad, que se habían ido forjando en estos días que han permanecido juntos.

          Crow batalló con todas sus fuerzas, lo único que esperaba era poder darle el suficiente tiempo a su compañero para escapar. Puso en práctica todo lo aprendido en sus años de contiendas, lo que le convertía en un enemigo feroz. Pero su fortaleza no duraría para siempre y  a cada golpe de mandoble, esta le abandonaba un poco más, para acabar, finalmente, sus días de guerrero, como todos los demás, con honor y valentía.

          Krungue no miró atrás. Corría como un loco con una sola meta en su cabeza: regresar. Se había atado el Ánfora a la espalda  y en la mano siempre preparada su espada. Tenía que abandonar la tierra de los Tandors con la mayor rapidez posible, pues un encuentro con ellos podía ser el fin, pero sabiendo  que no abandonaban el cobijo de sus montañas no se detenía en batallas ni luchas, solo se abría camino si era necesario y continuaba con su huida, ya descansaría cuando llegase a la llanura.

          El viaje de vuelta no fue fácil. Tuvo que cazar para poder alimentarse y en solitario se le hacía más duro ¡Cómo echaba de menos la compañía de su amigo! Casi no había tenido tiempo de pararse a pensar en todo lo ocurrido y, a medida que se acercaba  a casa, se preguntaba por que regresaba él y no Crow, que le contaría a su familia, incluso alguien podría pensar que era un cobarde.

          Su vuelta fue celebrada por todos y se le trató como a un héroe, después de todo había conseguido volver con el Ánfora. Pero Krungue era honesto y sincero. Relató todo lo sucedido y la deuda que tenían con Crow, su amigo. Les hizo ver a todos que no eran tan diferentes, que solo debían conocerse y que la colaboración entre las dos tribus podría beneficiarles a todos.

          Una estatua de Crow, en la tierra de los Gardan, sujeta el Ánfora infinita, de la que mana el agua  en dirección al poblado Margot y puede aprovecharse de ella todo aquel que lo necesite. Parece que un periodo de paz y entendimiento duradero comienza en todos los territorios.



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