Un verano diferente
Escrito por Administrador Plataforma, miércoles 1 de abril de 2009 , 18:12 hs , en Relatos

David Ferrero Peláez, 1.º B ESO

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David Ferrero Peláez, 1.º B ESO

 

Los veranos siempre son fabulosos desde que recuerdo, meses llenos de aventuras, amigos y mucha diversión.

 

Pero aquel verano fue el más especial, lo que viví me sigue enseñando a vivir.

 

Llevaba semanas planeando el viaje con mis padres, destino: Lanzarote. Sería mi primera experiencia en avión, y la verdad, me impresionaba un poco… volar no es justamente el medio más apropiado para el ser humano.

 

Llegó el día y a pesar del cosquilleo que sentía me disponía por fin a disfrutar de la sensación, y el viaje se pasó volando. Llegamos al aeropuerto de Lanzarote y tras conocer nuestro alojamiento nos dispusimos a conocer la isla y comprobar con nuestros propios ojos lo que había leído de ella: es la más oriental de las islas Canarias, en el Atlántico, frente a las costas del sur de Marruecos. Comprobé porque la llaman La isla de los volcanes, su superficie se extiende sobre un manto volcánico. Cuenta nada menos , que con trece parques naturales; el parque de Timanfaya parecía transportarnos a un paisaje lunar de colores ocres y negros de las erupciones volcánicas. Una atracción interesante son los géiseres artificiales: echan agua fría sobre una cámara magmática.

 

Entre excursión y excursión también disfrutamos de la playa y… ¡menudas playas!: arenas blancas, aguas transparentes y calas escondidas de rocas negras.

 

Nunca me cansaba de divertirme en el mar y dar mis primeras clases de surf; practicaba con mi tabla hasta quedar exhausto.

 

Claro, que luego como decían mis padres, ni un volcán en erupción me despertaba.

Pero aquella noche, sí que me despertaron muchos gritos y gente corriendo; alarmado salí en busca de mis padres, a los que no encontré en su habitación. Desorientado, me mezclé con la gente, que iba en dirección a la playa.

 

A lo lejos, en la orilla, vi a mis padres y a un chico con una tabla de surf acercándose a ellos con… ¡oh, no!, lo que parecía un cadáver.

 

Con una mezcla de angustia, miedo y curiosidad, me fui acercando más y vi como mi madre intentaba una reanimación como había visto en las películas; eso significaba que esa persona seguía con vida, ¡menos mal!

 

En esos momentos yo era invisible a ojos de todos, que sólo miraban al mar y a lo que llegaba de él: personas agotadas que ya apenas movían brazos y piernas.

 

La gente de la orilla lanzaba cuerdas, otros se adentraban con sus tablas intentando salvar algunas vidas. Nunca había presenciado una situación tan horrible.

 

Desconozco la razón que me llevó a alejarme hacia la pequeña cala donde a veces jugaba a escondidas. Supongo que refugiarme de los gritos de lamento y desesperación que traía ese mar que yo tanto amaba.

 

Tantas veces había oído en las noticias la llegada de pateras sin pensar más en ello que esos segundos de portada y ahora esa realidad se presentaba ante mis ojos. Esa pobre gente perdía sus vidas por el sueño de otro mundo.

 

Las lágrimas corrían por mis mejillas, el cuerpo me temblaba, cuando me pareció oír un susurro cerca, me aproximé y vi a un chico entre las rocas que tendía su mano hacia mí. Mis músculos se paralizaron aunque mi mente me decía que debía llamar a alguien para pedir auxilio.

 

Ya iba a irme cuando el chico me agarró con fuerza suplicando:

 

-Por favor, ayúdame, no policía, tú.

 

Vi el miedo en sus ojos al escuchar el sonido de las sirenas que llegaban al lugar. Su mirada suplicante y llena de terror me hizo cogerle de la mano y salir de allí corriendo. Bordeamos la cala en dirección a la puerta trasera del hotel; casi arrastrándole, con todas mis fuerzas, le subí a la habitación sin que nadie nos viera, cosa fácil por otra parte: el hotel estaba desierto.

 

Ahmed, que así se llamaba, tiritaba; dejé que la bañera se llenara de agua caliente y le indiqué que se metiera.

 

Busqué ropa mía que se pudiera poner. Me fijé en sus manos grandes y encallecidas, parecían las de un hombre adulto. Luego me acordé de las horas que había pasado sin comer, encontré unas chocolatinas y cuando salió del baño, ya seco, las devoró y me sonrió.

 

Ahmed hablaba un español parecido a mi inglés de 1º  de la E.S.O., pero nos bastó para entendernos. Me contó que tenía quince años aunque su cuerpo me pareció de diez; era de un suburbio cerca de Tánger. Pocas veces iba a la escuela: había que llevar dinero a casa. Poseía nociones de español porque uno de sus muchos trabajos era de niño-guía con los turistas a cambio de algunas monedas. Su madre murió muy joven, su padre trabajaba de gorrilla aparcando coches. Con sus abuelos y sus tíos vivían en una especie de chabola con el suelo de tierra. Muchas noches tenían poca cena para repartir.

 

Su padre no sabía que se disponía a embarcar en una patera aunque tampoco se veían mucho.

 

-Lo tenía que intentar-me dijo-sólo tenía una cosa que perder: la vida.

 

Yo le dejaba hablar, fascinado, ¿qué le iba a contar yo?¿Que quería una nueva consola?¿Que odiaba la verdura que me obligaban a comer?¿Que me cansaba de ir a clase? En un momento que fui a beber agua, Ahmed se quedó profundamente dormido de puro agotamiento.

 

Yo le contemplaba cuando aparecieron mis padres, en los que ni siquiera había pensado. Les rogué que le dejaran allí, que no avisaran a nadie: era mi amigo.

 

Mis padres, atónitos me dijeron:

 

-Vale, se quedará esta noche pero no podrá quedarse con nosotros, las cosas no funcionan así.

 

Me sentí impotente, ¿no entendían que confiaba en mí? Ahmed sólo quería una oportunidad. Me enfurecí contra todo y todos.

 

Mis padres trataron de calmarme, por la mañana buscarían una solución.

 

A la mañana siguiente después de un copioso desayuno que a mi amigo le hizo sentirse de maravilla, mis padres convocaron una reunión: habían estado telefoneando a diversos sitios y tenían la solución: una escuela solidaria en Beni Makada(Tánger), allí tendría una formación, sin embargo en España no tendría oportunidades si ni siquiera saber leer y escribir.

 

Allí el Real Madrid y el Barcelona abrieron unas escuelas de fútbol solidarias y había una plaza para Ahmed: iría a clase, jugaría al fútbol y tendría profesores de apoyo en todas las tareas.

 

Ahmed nos observaba con recelo:

-¿Veré a mi familia?-dijo Ahmed.

-Claro-respondió mi madre.

Y por primera vez noté una pizca de luz en sus ojos.

-Le acompañaremos-dije con determinación.

Y mis padres asintieron.

 

Durante las horas que mis padres dedicaban a esas cosas legales, Ahmed y yo nos divertimos sin parar. Para él todo era nuevo: tiempo para poder jugar sin más preocupaciones, comer lo que le apeteciera, los videojuegos…

 

En ocasiones miraba con nostalgia al mar, recordaba a los que se quedaron en él y también a su familia, había sido muy duro pensar que no les volvería a ver.

 

Llegó el día de partir a Tánger, apesadumbrados pero con ilusión viajábamos esta vez en barco.

 

La escuela era como las de aquí, una maravilla para Ahmed: pabellones deportivos, ordenadores… Todo le entusiasmaba.

 

Después de conocer a sus compañeros, viajamos a su casa:

-¡Qué pobreza!-pensé al llegar.

 

La casa no tenía baño, las paredes sucias y mugrientas y el tejado con agujeros y goteras por todas sus partes. Pero la felicidad de su familia era inmensa, tenían a Ahmed con ellos, cuando le creían muerto.

 

Un cooperante le contó el proyecto para su hijo, sus parientes asintieron humildemente, que Ahmed fuese estudiante era un honor para ellos.

La despedida fue dura pero algo me decía que Ahmed sería feliz.

 

Hace meses que nos comunicamos por Internet, le encanta la informática y es un artista del balón, igual llega a ser un gran futbolista.

 

Pero lo más importante es que podrá ser lo que el quiera.

 

 



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Comentarios
  • Yesica el lunes 17 de mayo de 2010, 16:07 hs
    Excelente historia, es grato saber que existe aun jovenes con espiritu de humanidad, muy buena, sencilla  narracion seguramente es o llegar a a ser un magnifico escritor... siga adelante
    FELICITACIONES