Fuera de casa
Escrito por Administrador Plataforma, sábado 4 de abril de 2009 , 01:40 hs , en Relatos

 

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Martín Molezuelas Ferreras, 3.º B ESO

 

Su nombre era Isaac
sus cabellos largos
y su vida aún muy corta
veinte años sólo veinte
amigos, trabajo
familia, ilusión*

 

-¿Y cuándo vas a marchar para allí?

-En un par de semanas, digo yo. Ya en marzo.

-Vaya. Parece mentira que ya te toque. Y encima con este frío.

Isaac miró a sus tres colegas con envidia. Ellos no tenían que ir a la mili por lo menos hasta dentro de unos años: Miguel tenía la pierna atrofiada desde pequeño; Manuel estaba haciendo una carrera, por lo que había prolongado su ida a la mili; y Luis Fernando tenía aún dieciocho años. En cambio él, a sus veinte años recién cumplidos, no tenía otra alternativa que dejar el taller e ir a hacer el servicio militar.

-¡Bah! No pasa nada. Volveré cada fin de semana, si puedo.

-Eso del ejército es absurdo -soltó de pronto Luis Fernando, terminando su caña- . Crea hombres fríos y sin sentimientos, máquinas de matar, a los que luego abandona. Todo por destruir a otro bando, por asesinar gente.

-Venga, Luisfer  -protestó Isaac- .Es el ejército el que nos protege.

-Ya, y es el ejército el que nos mataría si se lo pidiesen sus mandamases.

Isaac no entendía los ideales de Luis Fernando. El ejército no podía ser tan malo, o por lo menos no lo pintaban así.

-Bueno, en todo caso, tengo que ir.

-¡Ja! -rió Miguel- .Yo soy el único que va a librarse. ¡Vosotros acabaréis pringando tarde o temprano!

-Que gracia me haces -ironizó Manuel.

-Yo tampoco creo que vaya… -dijo Luis Fernando, con gesto serio.

-Este Luisfer

 

Una semana y media después, Isaac partía desde Ourense hacia Astorga, pensando en las palabras de su madre: ´´no te metas en líos, y obedece, siempre obedece. Así el tiempo te pasará rápido``. Asunción, su madre, le quería mucho, ya que era su único hijo y su marido no pensaba ya con mucha claridad. También recordaba las palabras de Luis Fernando. ¿Tendría razón?

 

 Era cinco de marzo de 1992. Aquel día pudo ver que la mili era trabajo duro de verdad. El cansancio era perpetuo. Obedecía y procuraba no meterse en líos, como había dicho su madre, pero el tiempo no pasaba demasiado rápido. Dormía en una litera, bajo un leonés llamado Gerardo Meléndez. Era la antítesis de Luis Fernando. Había venido voluntario a los dieciocho años y ya llevaba allí tres meses. Decía que amaba España, y que haría todo lo que pudiera por ella si hiciera falta.

 

-Si en algún momento hubiera que dar la vida para proteger a este país, yo la daría el primero -decía- .Y tú ¿lo harías?

-No sé… -respondía Isaac, poco convencido de los principios de su nuevo amigo.

Exceptuando el excesivo patriotismo de Gerardo, era un buen tipo, que no molestaba demasiado a nadie, a no ser que no quisiera a España.

 

Isaac echaba de menos las tardes y noches con Laura, su novia. Al atardecer se acordaba de ella y de los buenos ratos que pasaban juntos. Cuando volvía a Ourense los fines de semana aprovechaba siempre para estar con ella. Aquello le daba fuerzas para aguantar otra semana en Astorga. También aprovechaba para ir a tocar con su pequeña banda sin nombre, liderada por Miguel. La silla de ruedas no le estorbaba nada a la hora de tocar su guitarra eléctrica. Isaac no tocaba ningún instrumento demasiado bien, ya que la mecánica le robaba mucho tiempo, pero su voz no tenía ningún desperdicio. Soñaba con terminar la mili y marcharse con su novia y su grupo a tocar ante el público, aunque éste no fuera mucho. Por una cosa o por otra, Isaac deseaba que aquel servicio militar acabara cuanto antes.

 

Las lágrimas vivían lejos
¿Qué país es ese?
¿En qué mapa está? No importa
le arrancaron de su casa
y el mal sueño
sin saber cómo, empezó*

 

Era dos de abril. Los periódicos de aquel día comentaban que el día anterior había comenzado una guerra en Europa del Este, en un lugar llamado Bosnia, como consecuencia de una complicada combinación de factores políticos y religiosos, y que España, mediante una serie de pactos y firmas, se había comprometido a ayudar en conflictos como éste, enviando fuerzas armadas en misión de paz. No se había acordado el número de soldados que iban a ser enviados, pero sí que iban a ser trasladados primero los voluntarios a ir, y si no eran suficientes, se seleccionarían al azar más tropas de los diferentes puestos militares de España.

 

Gerardo no había mentido. Cuando llegó aquel aviso, fue el primero en prestarse voluntario para marchar a aquel lugar, a aquel país del que nadie había oído hablar. Isaac se asustaba de la valentía de su compañero, pues nadie más en aquel puesto aceptó la petición de voluntariado.

 

Aquel fin de semana fue extraño. Los conocidos de Isaac le trataban como si fuera a ir a la guerra inminentemente. Su madre le miraba con cara de temor y le decía:

-Hijo, tal vez podrías quedarte aquí un par de semanitas, para que no te eligieran para ir a aquel sitio. Podríamos decir que estás enfermo y así no habría ningún…

-Mamá, hay miles de personas en la mili en estos momentos, no creo que me elijan justo a mí.

-Pero podrían…

En el bar era la misma situación.

-Tío, que mala suerte tienes. Mira que ir a hacer la mili y tener que ir a la guerra.

-No me voy a ningún sitio, no me van a elegir a mí.

-¿Y cómo lo sabes? -preguntó Luis Fernando, con un gesto de tristeza- Puede que ya esté todo planeado y que tú estés entre los elegidos.

-No… no lo sé -la voz de Isaac se apagaba por momentos. Las palabras de Luis Fernando tenían el poder de clavarse en la nuca, para que no se pudiera dejar de pensar en ellas.

-¡Vamos, hombre! -exclamó Manuel, dándole una palmada en la espalda- Claro que no te van a coger a ti. ¡Sería casualidad!

Laura le abrazó aquel día más fuerte que nunca antes de que marchase otra vez a Astorga. Isaac trató de tranquilizarla, pero ella seguía igual de pesimista.

-Espero  que no te elijan a ti. No lo soportaría. ¿Y si te pasa algo? ¿Qué será de ti y de mí? ¿Qué será de tus sueños y de los míos?

-No me pasará nada. Te lo aseguro. Aunque fuese a esa maldita guerra, te prometo que estaré sano y salvo sólo para poder volver a tu lado.

Se dieron un último beso de despedida y finalmente Isaac se marchó a Astorga, preocupado por su suerte, por la posibilidad de perder las cosas que le importaban.

 

Cuando llegó por fin a Astorga el listado de soldados que irían a Bosnia, muchos hombres del puesto militar respiraron tranquilos. Isaac no.

 

Toques de trompetas

 banderas, redobles de tambores,
uniformes y estrellas
le afeitaron la cabeza
le dieron bombas y un fusil
"vas en misión de paz"*

-¡Alégrate, hombre! -la voz de Gerardo se oía por encima del ruido del avión- Al menos vienes con un amigo.

 

Las cosas habían ido muy deprisa desde que vio su nombre en la lista. Querían que las tropas llegaran pronto a Bosnia, y aquella misma semana Isaac tuvo que partir hacia aquel lugar. Apenas había tenido tiempo de despedirse de los suyos. Sus colegas del barrio y de su grupo le abrazaban y se lamentaban por su suerte. Su madre lloraba desconsoladamente. Laura también. Su padre le sonrió y le dio ánimos para seguir adelante, ajeno a los peligros que se le echaban encima. Esto fue más o menos lo que pasó. Todo iba tan rápido… Recordó la mirada de su madre viéndole irse. Ella no se merecía esto, no se merecía estos disgustos. Ella siempre le había querido mucho, más que a nadie. Y ahora él le hacía esto. Recordó a Laura totalmente destrozada, dándole el último beso antes de irse. Recordó los ánimos de Miguel y Manuel, diciendo que el tiempo volaría y que una misión de paz era de paz y que pronto volvería y cantaría con su grupo. Recordó el gesto de Luis Fernando, que parecía decir ´´te lo dije``. Recordó su hogar lejano en el espacio y en el tiempo, aunque hacía sólo unas horas que se había ido de allí. Al menos Gerardo estaba con él, y no estaba completamente solo, pero éste estaba muy ocupado pensando en lo que iba a hacer allí.

 

-¡Voy a matar a todos los bosnios, serbios, serbobosnios o como se llamen que nos lleven la contraria!

-Vamos en misión de paz, no mataremos a nadie -dijo Isaac, sin ningún tipo de tono en su voz- .No tenemos que hacerlo.

 

Isaac se sentía engañado por el Estado, por España, por eso no estaba muy a gusto con Gerardo, que amaba a su país con toda su alma.

El viaje en avión terminó después de muchas horas en un pequeño aeropuerto, en un lugar no muy distinto del paisaje de España, llamado Trebinje, y acto seguido los casi doscientos soldados fueron trasladados a un campamento un poco más al sur. Estaban en territorio únicamente serbio, así que aquello estaba relativamente tranquilo. Por lo visto, los serbios y los bosnios estaban enfrentados por temas de la independencia de Bosnia, y además los croatas se habían aliado con los serbios. En realidad no era tan sencillo, pero era lo que sabían los soldados españoles sobre aquel conflicto. Era once de abril de 1992.

 

Aquello era bastante tranquilo. Era parecido a lo que hacían en Astorga pero sin volver a casa los fines de semana y con el nerviosismo de saber que a unos kilómetros de allí la gente se estaba matando a tiros. Todavía no les habían necesitado.

 

Isaac se acabó acostumbrando a aquello, a vivir lejos de su casa, bajo aquella tienda y aquella bandera de España, cerca del fuego y las explosiones, recordando a los suyos nostálgicamente, a pensar cada día que podrían  marchar a hacer alguna misión en la que tuvieran que matar o en la que pudieran morir. Las armas, los fusiles, las bombas, no los habían traído sólo para estarse quietos y relajados en el mismo sitio. Las armas se crearon para matar y matar era su cometido. Pero ¿a quién? Ni siquiera se sabía con o contra quiénes estaban, pero se podía oler que en cualquier momento les iban a decir ´´¡Disparad!`` y entonces tendrían que hacerlo.

 

La misma cantidad de miedo que tenía Isaac, la tenía Gerardo de entusiasmo. Era increíble ver cómo se levantaba cada mañana esperando tiroteos y cañonazos. Con el paso del tiempo, Isaac y Gerardo se acabaron conociendo bien y se hicieron buenos amigos.

 

-Cuando esto acabe -dijo una vez Gerardo- , me pasaré por Ourense a ver quiénes son Miguel y Manuel, y el otro, Luisfer, ¿verdad?

-Sí -contestó su compañero- .Bueno, a ver si es verdad.

 

Eso deseaba, que fuera verdad, y pronto.

 

Disparad con la esperanza
de hacer huérfanos, viudas
y madres sin hijos.

Jóvenes pobres matan a
jóvenes pobres mientras
cuentan sus ganancias viejos ricos.*

Los tiros le despertaron. Aquel ruido sonaba demasiado cerca. Gerardo estaba erguido con el fusil en la mano, en medio de la tienda. Había sido una ráfaga, nada más, pero había levantado revuelo en el campamento. Los soldados salieron de sus tiendas con sus armas, preparados para disparar, pero allí ya no había nadie. A los enemigos no les interesaba matar a los españoles.

 

-Ratas -gruñó Gerardo- .Les habría dado pero bien.

 

A l parecer, los bosnios independentistas habían llegado hasta Trebinje, y esta ciudad había dejado de ser tranquila. Había muerto gente, y muchos más se habían quedado sin techo. Al fin les necesitaban para algo.

 

Eran unos trescientos en el campamento. Fueron ciento ochenta a la ciudad, una vez acabado el ataque. Entre ellos Isaac y Gerardo. Una vez allí, Isaac pudo ver lo que suponía en realidad una guerra. El panorama era impresionante. En las calles, montañas de escombros se alternaban con gente desesperada por encontrar amigos y familiares, y de mujeres y hombres con familiares heridos o muertos entre los brazos. No habían llegado a atacar en toda la ciudad, pero aun así el resultado había sido catastrófico.

 

-Joder -decía Gerardo, con cara inexpresiva- .Joder.

 

Isaac ni siquiera decía nada. Estaba demasiado impresionado. Ver la destrucción, la tristeza, la muerte tan de cerca, sentir el sonido de los lamentos y las sirenas, sencillamente impresionaba demasiado.

 

Ni Gerardo ni Isaac eran médicos, así que su única misión era trasladar a los heridos a algún hospital o llevar recursos de primera necesidad a los afectados. Haciendo eso Isaac se sintió bien, sintiendo que hacía algo por aquella gente, pero aun así todavía estaba horrorizado. Aquello era apocalíptico. Era veintidós de mayo de 1992.

 

Siguieron yendo a intentar solucionar aquello durante muchos días, ya que los bosnios independentistas atacaron más veces en Trebinje. Siempre era lo mismo. Caos, sangre, destrucción. Isaac le escribió a su madre sobre aquello. Además de informarle de todo aquel horror, Isaac quería decirle que estaba bien y que solo estaba allí para ayudar a los desfavorecidos. Seguía echando de menos su hogar, su ciudad, su gente. Seguía acordándose de las palabras de Luis Fernando, que creía cada vez más ciertas y razonables. Tenía ganas de que todo eso acabara y pudiera volver con su madre, sus amigos, y su Laura, en la que no dejaba de pensar.

 

Era cuatro de junio de 1992. Hacía calor. El cielo estaba totalmente azul y resplandeciente, sólo perturbado por las nubes de polvo de Trebinje. Un día más salieron hacia la ciudad, para ayudar a los ciudadanos afectados. Mucha gente de la ciudad se había marchado de allí para evitar los ataques, así que no había nadie. 

 

-Esto empieza a ser monótono -dijo Gerardo- . ¿No sería mejor venir aquí cuando estuvieran los bosnios para defender de verdad a esta gente?

-No creo que fuera muy buena idea -negó Isaac- . No queremos meternos en ningún lío grave.

-Aun así, creo que nos vendría bien un poco más de acción.

Isaac miró a su amigo con gesto grave

-¿Es que no ves lo que está pasando a tu alrededor? -le gritó- ¿Es que no ves el dolor y el llanto en la calle? ¿No ves a los muertos tirados en el suelo?

-Oye, estos muertos no yacerían ahí si hubiéramos estado cuando los mataron -protestó Gerardo.

-Ya, claro, estaríamos nosotros. Estas muertes son absurdas, no se resuelven con lógica.

-Morir por tu país, por defender unos ideales, ¡no es una bobada! -Gerardo se comenzaba a alterar.

-¿De verdad crees que toda la gente que ha muerto aquí defendía los mismos ideales? ¿Que ha muerto por su propia voluntad?

-Eso no lo sé, pero sí sé que yo sí moriría defendiendo mis principios o por mi país.

-¿Por el país que te ha traído a aquí a arriesgar tu vida?

-¡Oye! -Gerardo agarró a Isaac por la pechera- ¡Te trajeron a ti, a mí nadie me ha traído a arriesgar mi vida! ¡Yo vine por iniciativa propia!

-Sí, ¡engañado!

Gerardo no aguantó más. Sin mediar más palabras, le propinó un fuerte puñetazo en el estómago a Isaac que hizo que se doblara sobre sí mismo.

-No quiero que vuelvas a hablar de… -un gran estruendo interrumpió a Gerardo.

Otro soldado español llegó corriendo al lugar.

-¡Los bosnios están aquí! ¡Están aquí!

Una granada pasó volando hacia el camión en que venían todos los días a la ciudad.

-¡Corred!

Los tres soldados se resguardaron tras una pared justo antes de que el camión saltara por los aires. Gerardo desenfundó su fusil y disparó al humo. No se veía si acertaba a alguien o no. Una bala silbó por el aire y rozó el brazo de Gerardo, haciendo que soltara el arma

-¡Isaac, ayúdame!

Isaac salió de su escondite con el fusil preparado e hizo lo mismo que Gerardo, disparar al aire, alocadamente. Las siluetas de los bosnios se empezaron a dibujar entre el polvo. Eran cuatro. Gerardo había cogido de nuevo su arma y les disparaba como un loco. Uno de ellos calló. Aquello era apocalíptico. El ruido, el humo, la tensión, el miedo, lo llenaban todo, les rodeaban en medio de aquella pelea. Isaac había perdido sus ganas de ayudar y de ser útil. Ansias de sangre nublaban su juicio. Por eso se alegró cuando acertó en el pecho a otro enemigo. Aquello era guerra, parecía ser.

-¡Ya sólo quedan dos! -gritó Gerardo, eufórico. Parecía que estaban ganando.

De pronto, Isaac notó un dolor intenso en el hombro y dejó de disparar. Le habían dado. Pero no tuvo tiempo de reaccionar. Otro proyectil surcó el viento hasta el lado derecho de su pecho. Isaac cayó al suelo y los dos bosnios se acercaron corriendo.

-¡Isaac! -se desesperó Gerardo- ¡Isaac! -miró hacia los enemigos- Vosotros lo habéis querido -rugió.

Gerardo lanzó únicamente dos balas hacia ellos. Una para cada uno. Los bosnios cayeron al suelo casi a la vez. Isaac lo veía todo rojo, las luces parpadeaban. Entre esas luces pudo ver la cara de su amigo.

-¡Isaac! ¿Estás bien? ¡Contesta!

-No… No creo que aguante mucho. Las balas suelen matar…

-No digas bobadas -la voz de Gerardo temblaba. Lloraba- .No te han dado en el corazón, no te vas a morir.

-Pediré ayuda -dijo el otro soldado echando a correr.

-Me muero. Ahora ya estoy seguro… -gemía Isaac.

-No, no, ¡no! -sollozó Gerardo- No te morirás. Te recuperarás y volverás a Ourense, a abrazar a tu madre y a tu padre, a estar con Laura, a tocar con tu grupo. Ya lo verás.

-Sabes mejor que yo que eso es mentira -susurró entrecortadamente Isaac, con algo parecido a una sonrisa- .Escucha, tienes que ir a Ourense. Dile a mi madre que siento no haberle hecho caso, que gracias por haberme querido tanto durante toda mi vida. Dile a Laura que no se quede sola, que siga adelante, que busque a alguien que la quiera y la cuide. Dile a Luis Fernando que pese a todo tenía razón. Diles a todos que pensé en ellos justo antes de morir, y que ellos son mi vida.

-¡No!, ¡NO! ¡Eso se lo vas a decir tú, no yo! -Gerardo creía de verdad en lo que decía- Ya verás como algún día iremos tú y yo por la calle y nos acordaremos de esto sólo como algo lejano, como un mal sueño. ¡No te mueras, joder!

-Lo siento, Gerardo, pero eso no es cosa mía -articuló Isaac, con la boca ensangrentada- .Yo… Yo confío en ti. Espero haberte convencido.

-Del todo -dijo Gerardo-. Del todo.          

-Bien. Es un alivio.

Isaac dedicó su último pensamiento a su gente, a su madre, a su padre, a su novia, a sus amigos, a su grupo, a Ourense. Y dirigiendo la mirada al azul profundo del cielo y entre los gritos y súplicas de Gerardo, murió en aquel lugar inhóspito, lejos de su tierra, fuera de casa.

 

En la tumba de su boca
su lengua yace muerta
las granadas estallan.
Así es como a Asunción
le quitaron a su hijo
su vida es vida de nada.
Un trozo de latón
una calle con su nombre
y un sucio telegrama.*


*(De la canción ´´Ourense-Bosnia``, del grupo ´´Los Suaves``)

 

Un militar llamó a casa de Asunción. La mujer le abrió.

-¿Es usted Asunción Alonso?

-Sí, soy yo -Gerardo se fijó en el papel que llevaba en la mano aquella mujer. Era la carta de Isaac- . ¿Ocurre algo, joven?

Gerardo cada vez tenía menos palabras para decir aquello.

-Su hijo… su hijo…

-Mi hijo, ¿qué?

-Su hijo, Isaac Riera Alonso, ha muerto.

-Pero… -Asunción estaba atónita. Señaló el papel y dijo- Pero no puede ser cierto.

-Tan cierto como que murió entre estas manos -respondió el militar, recordando sus manos empapadas en la sangre de Isaac.

-Pero la carta… -Asunción tenía ya lágrimas en los ojos. Esperaba que de un momento a otro aparecieran personas de la nada riéndose de ella por aquella broma, y que su hijo estuviera con ellos. Pero ese momento no llegaba. Y jamás llegó.

Aquella era la dura realidad.

Asunción se echó a los hombros de Gerardo y lloró desconsoladamente.

-Yo… yo no crié a mi hijo para que fuera un soldado…

 

Cuatro de junio de 1992. Aquel día Asunción y Román perdieron a su hijo, Laura perdió a su novio y Manuel, Miguel, Luis Fernando y Gerardo perdieron un buen amigo. La guerra, las armas, la patria, la ira, se lo llevaron.



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