Mario Mateos Veledo, 1.º A ESO
Samuel descendió del tren tan deprisa como pudo, cuando éste por fin se detuvo en la estación de la pequeña aldea de Parenka, el atardecer de aquel viernes a primeros de mayo.
La semana le había salido redonda. El examen de las dos lecciones de mates que tenía atravesadas lo había aprobado y además con buena nota. Por eso, su madre no pudo negarse cuando le preguntó si podía pasar el fin de semana con su tía Carmen, en aquel pueblecito alejado del ruido de la ciudad, que tan buenos recuerdos le traía y donde podía practicar su pasión favorita: cazar mariposas que más tarde, junto con su amiga Clara, volvía a dejar libres en el pequeño huerto que ésta tenía junto a su casa.
Samuel era un muchacho de doce años, bajo y bastante menudo, al que le fascinaba la naturaleza. Tenía una ligera cojera en su pierna izquierda, debido a una extraña enfermedad que había padecido hacía unos años y que estuvo a punto de dejarlo sentado en una silla de ruedas. Pero su valentía, su fuerza de voluntad y el interés que puso un famoso médico en estudiar su enfermedad, le ayudaron a que esto no ocurriera. Por eso, no le daba importancia al hecho de cojear ya que, además, no le quitaba de poder ir detrás de las mariposas en los soleados días de primavera.
Después ir a casa de su tía y darle un enorme abrazo, se fue en busca de Clara. Sabía que la encontraría en la orilla del riachuelo, su lugar preferido, donde disfrutaba mirando los peces a través de sus aguas cristalinas.
Allí pasaron los dos un buen rato hasta que los últimos rayos del sol se ocultaron detrás de las montañas y entonces decidieron regresar a casa para descansar, pues habían quedado en ir al bosque al día siguiente temprano, a observar y atrapar mariposas.
Al amanecer, después de caminar una media hora, llegaron al lugar que habían elegido para pasar el día.
Era un enorme y extenso bosque repleto de árboles y arbustos que ahora, en primavera, estaban llenos de flores de distintos colores y donde las mariposas mezcladas con el amarillo de varias abejas revoloteaban de un lado para otro. Todas eran muy atractivas pero había una que les llamó enormemente la atención. Era de color granate con dos rayas negras en cada una de sus alas y decidieron seguirla. El tiempo fue pasando y después de estar todo el día caminando entre flores, encinas y algún pino, se dispusieron a regresar, pues no tardaría en anochecer. Entonces se dieron cuenta, aterrados, de que no sabían dónde estaban. Aquel lugar era completamente extraño para ellos. Caminaron en todas las direcciones pero por más que intentaban dar con el sendero de vuelta no lo conseguían. Después de mucho deambular se acurrucaron sobre un árbol y, abatidos, se quedaron profundamente dormidos.
Los primeros rayos del sol despertaron a Clara y a Samuel. Estaban tiritando de frío, tanto que los dientes le castañeteaban, así que decidieron encender una hoguera para entrar en calor y a la vez poder llamar la atención con el humo.
Clara tenía la boca seca y le pidió a su compañero que le acercara la botella de agua que tenía dentro de su mochila, éste alargó la mano para cogerla y no se dio cuenta de que una enorme serpiente levantó su cabeza, y blandiendo su lengua le clavó sus dientes en el brazo descargando sobre él todo su veneno. Samuel sintió un profundo dolor y clamó con fuerza. Enseguida Clara, sin pensárselo dos veces, rasgó la manga de su camiseta, y se la ató fuertemente en el antebrazo mientras Samuel chupaba el veneno y lo escupía con rabia. Después todo comenzó a girar a su alrededor hasta quedarse dormido.
Su amiga estaba desesperada y no sabía cómo actuar, estaban perdidos y no lograban salir de allí.
Pasadas unas horas Samuel abrió los ojos e irguiéndose le comentó a Clara que se encontraba mejor. Ésta se tranquilizó un poco y animó a su compañero a caminar algo más para tratar de buscar una salida. Al cabo de un tiempo, agotados y sin fuerzas, se tumbaron debajo de una encina y poco a poco el sueño se apoderó de ellos.
De pronto un aullido estremecedor retumbó en la noche. Samuel y Clara despertaron sobresaltados temiéndose que algún lobo merodeara por los alrededores, así que ayudados por el resplandor de la luna, se arriesgaron a buscar un lugar mas seguro para esconderse e inmediatamente vieron una cueva. A Clara aquel sitio le pareció muy lúgubre pero Samuel la convenció y decidieron entrar. Cuando miraron al fondo se dieron cuenta de que estaban siendo observados por dos enormes ojos que relucían en la oscuridad y que se acercaban cada vez más a ellos. Rápidamente comprendieron atemorizados que era un enorme lobo gris. Enseguida salieron de la cueva. Clara comenzó a correr con todas sus fuerzas sin enterarse de que Samuel se había quedado atrás debido a su cojera. Éste, para despistar al lobo, decidió ir en dirección contraria a su compañera, y al ver una gran roca se ocultó tras ella. Desde aquel lugar, comprobó sorprendido que el lobo no había ido tras ellos sino que se quedaba acechando en la entrada de la cueva.
Samuel no se atrevía a salir de su escondite por miedo al animal, pero deseaba hacerlo, pues no sabía dónde se encontraría su amiga. La conocía muy bien y tenía claro que el miedo no la dejaría parar de correr en toda la noche. Podía haberse alejado demasiado de allí, por eso quería buscarla cuanto antes.
De madrugada, cansado de estar agachado junto a la roca, descubrió que por fin el lobo se había ido y se arriesgó a salir deprisa en busca de Clara. Su preocupación mayor ahora, era encontrarla, por lo que caminó durante mucho tiempo en la misma dirección que la vio correr, vociferó una y otra vez su nombre esperando su respuesta e incluso se atrevió a trepar a un árbol y oteó en todas las direcciones, pero no vio ni rastro de ella. Cuando se disponía a bajar divisó algo que le llamó la atención y que le pareció una cabaña. Ilusionado, se puso en camino hacia aquel lugar con la esperanza de poder encontrar allí a alguien que la ayudara y donde, tal vez, estuviera su compañera.
Un estrecho y largo sendero lo condujo hasta una pequeña choza, pero nada más abrir la puerta, sus esperanzas se desvanecieron al comprobar que aquella vivienda llevaba mucho tiempo deshabitada. Desconsolado, salió fuera y dándose por vencido se sentó en la verde hierba y lloró durante mucho tiempo. Ya no sabía qué hacer, comenzaba a sentir hambre y en su mochila no quedaba nada que llevarse al estómago. Cuando por fin consiguió tranquilizarse un poco, observó como una mariposa granate volaba a su alrededor, y se dio cuenta de que era igual que la que habían seguido Clara y él, el día que terminaron perdiéndose en el bosque. Casi se atrevía a decir que era la misma.
Samuel se levantó y la mariposa comenzó a aletear de flor en flor. Entonces decidió ir tras ella. Nada tenía que perder y quizás lo llevaría hasta un lugar conocido.
Por un momento se olvidó de todo, se dejó llevar por su pasión favorita y disfrutó viendo como la mariposa agitaba las alas, como descansaba en alguna flor y como nuevamente se elevaba hasta encontrar otro lugar donde posarse. Así pasó varias horas persiguiéndola embelesado entre árboles de todas las clases y muchos matorrales llamativos, hasta que de pronto descubrió una enorme encina que le resultaba conocida y en ese momento comprendió que por fin había encontrado el camino para regresar a casa de su tía.
Lleno de ilusión y alegría, aunque muy preocupado por su compañera, inmediatamente se dispuso a ir al pueblo a pedir ayuda para encontrar a Clara. Entonces le extrañó que la mariposa granate llevara mucho tiempo quieta sobre unos arbustos que no tenían flores y cuando decidió acercarse para comprobar lo que le ocurría, de pronto todo su cuerpo se paralizó, al descubrir horrorizado que detrás del matorral su amiga Clara…
Samuel despertó asustado, azorado y sudoroso en su cama, miró a su alrededor y se dio cuenta de que todo había sido un mal sueño, entonces se tranquilizó. Él se encontraba bien y a su lado, su madre sonriente como siempre, le recordó que era hora de levantarse para ir al colegio. Ayudado por ésta consiguió sentarse en su inseparable silla de ruedas y se sintió contento y feliz. Era su último día de clase y por fin podría ir al pueblo de su tía a disfrutar de la naturaleza con la ayuda y compañía de su amiga Clara.
Casi con la llegada de la primavera ¡¡¡ encontre este cuento o texto riquisimo,que me dejo que ,en los sueños tambien vivimos.L o lei, atentamente pero casi casi llegando al final cayeron sobre mi rostro mis lagrimas
M ariposas: no solo son tan bellas por su juego de colores...si no tambien pq yo las veo y en mis venas corre insntantaneamente el deseo de libertad y tambien po q no de liberacion, de ilusion ,de alcanzar muchas veces lo inalcanzable,hasta de poder tocar el cielo con mis manos , confundirme sin pensar que soy yo y sentirme mariposa ¡¡¡¡
AUNK SOLO LEI LOS COMENTARIOS ES BELLISIMA TU OBRA LITERARIA VOY A DEJAR UNA POESIA MIA: TUS ALAS MUY BELLAS, TU CURPO VUELA ,CON HERMOSOS COLORES TE VEO VOLAR PERO TU BELLEZA JAMAS SE ACABARA GRACIAS GRACIAS GRACIAS