PARTICIPANTE EN EL CONCURSO LITERARIO 2010/2011 DEL IES LOS VALLES
PRIMAVERA EN PARÍS
PATRICIA GANADO LORENZO 2ºB
Rachel miraba por la ventana atónita por lo que pasaba fuera, se había acabado de levantar cuando una imagen que desde el salón le había llamado la atención. Rachel contemplaba como cerraban su café, su mejor sitio de reflexión, su lugar más íntimo de todo París. Sentía que algo se escapaba de ella, que se le habían acabado los días en los que se marchitaban sus noviazgos mientras bebía una taza de café leyendo su periódico favorito “Le monde”. Le consolaba saber que a alguien le iba peor que a ella, ahora destrozada detrás de aquel cristal, se preguntaba dónde iría por las noches con “su nuevo chico” o dónde ahogaría las penas. Rachel resopló y se dirigió hasta el cuarto de baño, donde después de lavarse la cara y maquillarse, fue hacia la entrada, se enfundó el abrigo y saliendo de casa cogió el ascensor. Ahora recordaba los momentos que había vivido en ese ascensor, se mordió el labio, mientras le venían la imágenes de su loca aventura con el repartidor de periódicos, en aquel mismo ascensor, después de haberse atascado, aquel día se miraban como si se tratase de una pareja de toda la vida, pero el deseo había acabado en algo inesperado, ella sabía que era así, que así estaba bien, que solo sería algo de una noche, su persona la encontraría algún día en algún lugar inesperado de cualquier calle o bellos parques de la ciudad de las luces. Bajando del ascensor, se cruzó con una antigua compañera de piso, no la saludó, apenas la miró, unas miradas desafiantes, pero con la cabeza, era lo más interesante que pasaba entre aquellas cuatro paredes. Un joven electricista arreglaba desesperadamente un fallo técnico en uno de los ascensores y una chica, probablemente de alguno de los pisos de los edificios, leía un periódico en busca de posibles empleos. Abriendo la puerta, el sol le dio en toda la cara, su cabello se volvió más castaño, más claro… Rachel llevaba un elegante vestido negro, con unos ostentosos y caros tacones comprados en una boutique de por allí cerca. Rachel era guapa de unos ojos verdes muy claros, unos ojos que podían hipnotizar a todo París; su piel era un poco morena y pálida y tenía unos labios finos de un rojo igual de claro que las rosas más finas de París, delgada y de un brillante cuerpo. Muy joven de veinticuatro años, reservada y agradable, con un millón de historias pasadas.
Caminando por la acera, observaba a la gente por la calzada, chicos haciendo skate y algunas personas empezando el desayuno en agradables y suculentas cafeterías cerca de su piso. Mucha gente en aquella ciudad desayunaba en las cafeterías cercanas a su piso, allí contemplaban todos los sucesos que allí ocurrían y también quedaban con sus parejas, se veían las aventuras de París tan intensas pero siempre acaban sucumbiendo poco a poco igual que la tenue luz de una estrella que va desapareciendo pasando a una densa niebla. Llegando al otro lado de la calle Rachel miró algo que le llamó la atención, un chico joven, de pelo negro muy oscuro acababa de bajar de un taxi, portaba una mochila, probablemente sería extranjero y también llevaba unas “converse”, pero Rachel se perdió en su cara. El chico se encontraba un poco nervioso, un poco desconcertado ya que no era de allí, dio unos pasos hasta la acera de enfrente donde se encontraba Rachel. El chico miró la entrada de la cafetería pensando en descansar mientras desayunaba. Rachel seguro cruzó la calle y mirándolo instintivamente le preguntó:
-¿Te invito a desayunar?
-Oh, no… No hace falta, gracias- le contestó el chico un poco inseguro.
El joven extranjero se encontraba desconcertado ante la propuesta de la chica que se había encontrado minutos después de bajar de un taxi.
-Decide qué quieres hacer, si te apetece, desayunamos, hablamos y así conoces a alguien, porque me imagino que no eres de aquí ¿No es así?- insistió Rachel.
- De acuerdo, entonces sentémonos.
- Yo pediré el desayuno, ¿Un café y un croissant?
- Vale- le dijo guiñándole el ojo.
Rachel entró al local y pidió el desayuno, salió de la cafetería y dejó las tazas en la mesa circular de la amplia terraza.
-¿Y eres? -le preguntó la jovial joven chica.
-¡Ah!, me llamo Mario, acabo de llegar, soy de Nueva York.
- ¿Y porqué has venido a esta ciudad, Mario?
- Bueno, soy fotógrafo, he venido a hacer un documental de París.
-Tendrás mucho que fotografiar en esta gran ciudad- le dio un sorbo al café aún caliente. ¿Y donde te vas a quedar?- siguió.
-Pienso en buscar algún hotel de por aquí cerca y quedarme alguna temporada.
-Ten suerte Mario, espero que algún día podamos encontrarnos por la ciudad –dijo Rachel acabando de beber su café y levantándose de la silla.
Rachel se fue calle abajo con aquel elegante andar, y con su bolso sujetado en la muñeca mientras Mario quedó allí sentado con el dinero del desayuno en la mesa y sorprendido por la increíble situación que había vivido nada más bajar de aquel taxi. Se habrá quedado impregnado de la imagen de la chica, de su mirada, de sus ojos… Ahora ya estaba seguro de que no dejaría París en una temporada.
Pasando un parque, Rachel se iba acordando de la mañana con el joven que había visto bajar del taxi, tenía algo que no se podía quitar de la cabeza. Quizá lo volvería a ver, quizá otro día, pero ahora tenía otras cosas que hacer. Rachel se encaminaba ya por la manzana de al lado. Después de visitar a un amigo, volvería a casa donde se prepararía para aquella noche. A las once tenía una fiesta, iría radiante-la situación lo requería- se pondría su mejor vestido, uno pensaría que iría a por cualquier chico al que media hora después llevaría a su apartamento, pero la verdad es que tenía otras metas para aquella celebración. Se encontraría en un palacio no muy lejos de la Torre Eiffel. Allí estaría alguien conocido para Rachel.
Era ya casi la noche, el sol se estaba poniendo y ya había salido del apartamento de su compañero de hace unos años, con el que había tenido un par de líos pero ella acabó asegurándole que no era posible que estuvieran juntos. Rachel no era una de esas chicas que se enamoraba de cualquiera; que dejaban todo por el chico; que quisiera tener una relación a largo plazo, Rachel nunca había sido de esa forma, nunca había experimentado en ese terreno, salvo una vez, bueno, fue algo parecido, pero nada comparado con una relación. Ellos se habían enamorado después de conocerse, tenían locos días en los que Rachel miraba por la ventana para ver si lo veía por algún rincón de París pero ella no buscaba nada serio, no se quería atar, aunque solo ella sabía que no tenía un rincón para otro hombre. Pero desde hace unos años no lo había vuelto a ver, sólo le había enviado un mensaje al móvil que decía: <>. Ese día había estado buscado respuestas para aquel extraño suceso, habría removido tierra y agua para encontrarle pero nunca llegó a saber nada de él. Ese hombre le había despertado algo dentro de ella, le había cambiado, no era igual que los demás, mejor dicho era muy diferente a los demás hombres, pero desgraciadamente para ella había desaparecido. A pesar de ello Rachel no estaba enojada pues sabía que algún día lo volvería a ver.
Ya anocheciendo entró en el apartamento, dejó las llaves y colgó el abrigo. Suspiró y se fue directamente a la ducha. Le quedaban dos horas para marcharse, no tenía prisa, pero si que quería ir bien preparada. Ya fuera, se secó el pelo, se vistió y fue a su habitación donde tenía los tacones.
De repente, fuera empezó a desencadenarse una brutal tormenta, Rachel, ya preparada, salió, cerró la puerta y abajo en el “hall”, se dio cuenta de que las calles estaban repletas de agua, la lluvia no cesaba y el palacio quedaba unas calles más allá y dada la situación no tenía ganas de mojarse así que optó por pedir un taxi. No tuvo que esperar mucho, y cuando llegó se encaminó rápidamente hacia él. El chico que lo conducía era joven, rubio y parecía agradable pero Rachel contemplaba las oscuras calles de París. Pasando por una Extenda calle se percató de la presencia de un muchacho que andaba con prisa y corriendo por querer librarse de la tormenta. Llevaba paraguas pero el viento era insoportable. Lo reconoció, era Mario, aquel joven neoyorquino del desayuno.
-Pare el taxi- le dijo al taxista y pidió abrir el cristal de la ventanilla.
-Hola Mario, ¡Qué sorpresa!
-¿Rachel?- le preguntó indeciso.
- Me alegro de verte, ¿te gustaría venir a una fiesta?
-Pues claro, cómo no…-Mario cerró el paraguas y se encaminó hacia el vehículo.
Llegaron al edificio, Mario nunca había estado en un sitio parecido, subiendo las escaleras hasta la puerta principal se preguntó qué hacía allí pero se acabó dejando guiar por Rachel, no le quitaba ojo, estaba sorprendido de la situación. Sólo se había dirigido a casa entre una inmensa tormenta de primavera y había acabado parando en un fiesta privada.
Antes de cruzar la puerta, custodiada por un portero, Rachel sacó una tarjeta del bolso y se la enseñó.
-De acuerdo pase- le dijo el portero, era alto, fuerte y no parecía que estuviera de buen humor.
-Viene conmigo-dijo Rachel señalando a Mario.
El hombre les abrió la puerta y se dirigieron hacia dentro. La música inundaba el lugar, cantidad de gente bailaba y bebía despreocupados por nada ni por nadie, allí dentro se podía ver dinero, lujuria, poder…
Mario miraba por todas partes atónito, no sabía que hacer, pero estaba Corella solo le interesaba ella.
-Bien, yo tengo que hacer unas cosas, ve a donde quieras y bebe cuanto quieras, diles que está a mi nombre.
Mario miraba algún lugar donde ir, qué hacer mientras veía ella se perdía entre la multitud. Acabó decidiendo por ir a una barra a beber algo ya que no conocía a nadie. Rachel ya se encontraba en la parte superior del edificio, había subido unas escaleras y se encontraba ante una puerta. Decidida, entró y buscó con la mirada a su objetivo de la noche.
-Vaya, ya has llegado, que bien te veo- le dijo un hombre.
No era muy alto, de ojos marrones y pelo negro.
-Yo también tenía ganas de verte- le contestó ella.
El hombre era su hermano, había estado metido en unos problemas con la policía debidos a unos asuntos de droga por medio, pero libre de cargos. Se llamaba Paúl y había llamado días atrás a su hermana, quería hablar desde hace mucho tiempo con ella y aclararle todo.
Rachel abandonó la sala mientras buscaba el móvil en su bolso. Intentó llamar a Mario pero parecía ser que lo tenía apagado. Ya no se le perdía nada allí, ya lo había visto, sabía que estaba bien. Rachel quería mucho a su hermano pero se preocupaba por él, no hacía falta que lo dijera, sabía en la mierda que estaba metido, pero a pesar de todo era su hermano.
Rachel intentó localizar a Mario, buscando por muchos sitios, hasta que dio con él. Estaba fuera, sentado en los escalones, parecía que había parado de llover y que el viento había cesado.
-Hola, yo he estado ahí hace un rato, quería salir a que me diera el aire.
-No te preocupes cielo, yo tampoco tengo ya nada que hacer aquí- le dijo Rachel sentándose a su lado. ¿Quieres que vayamos a mi apartamento?
-Vale, si tú quieres- esa pregunta había dejado a Mario perplejo.
Cogieron el taxi más próximo y se dirigieron hacia el apartamento de Rachel.
Llegaron pronto, era un poco tarde, pero no les importaba. Bajaron del taxi y subieron escalones hacia el edificio. Rápidamente entraron y cogieron el ascensor. A Rachel ya le pesaban los tacones.
-¿Una gran noche, no? – le dijo Rachel muy cerca de él. Ahora podemos acabarla siendo perfecta. Mario no dijo nada, sólo se acercó a ella más, y luego más y más…
No sabían cómo, si por la luz de la luna llena que miraba atentamente las desdichas de París o por el efecto de la tormenta pasada pero acabaron besándose. Otra vez Rachel estaba teniendo un lío con alguien en aquel ascensor. No tenía ni idea de cómo habían ido a parar a ese extremo pero le gustaba mucho, había algo en Mario que no había visto en nadie desde hace muchos años, desde aquel hambre del que no volvió a saber nada. Ahora el beso había pasado a algo más intenso y cuando el ascensor les dejó en la planta de su apartamento ellos siguieron besándose hasta la entrada, ella abrió rápidamente y tiró sus tacones al suelo. Los dos se encaminaron hasta la habitación de Rachel donde acabaron acostándose. Esa noche Rachel había vivido algo muy especial con el chico que acababa de conocer a la bajada de un taxi y que había despertado la curiosidad con ella. Haras después, en esa noche, la tormenta volvió a salpicar las calles de París.
A la mañana siguiente, los primeros rayos de luz penetraron en la habitación, Rachel se despertó pero no vio consigo a Mario. Recordó lo que había pasado la noche anterior y sonrió. Se levantó y buscó a Mario por toda la casa, pero no estaba; se encaminó hacia la ventana mientras veía los jardines empapados por la tormenta de la noche anterior. Llamó a Mario intranquila, creía que no lo iba a coger cuando oyó su voz.
-¿Dónde estás? Me he despertado y no te he visto- seguía Rachel mirando por la ventana.
-Me he tenido que ir, lo siento, te volveré a ver pronto.
-Te esperaré, te quiero- susurró Rachel.
Rachel se quedó en blanco, sabía que lo volvería a ver, lo esperaría, pero las brillantes calles de París tendrían otro significado para ella. Miró por última vez los jardines. Todos esos días había florecido la primavera en París.
PARTICIPANTE EN EL CONCURSO LITERARIO 2010/2011 DEL IES LOS VALLES
LAS DOS CARAS Rosa Taboada 2ºA
Silencio…Pareces estar rodeado de una eterna soledad, pero de repente, se oye un fuerte ruido y en dos o tres segundos ese sonido se convierte en un agonizante dolor que te recorre todo el cuerpo. Rápidamente ese dolor se hace más agudo y estremecedor y empiezas a perder el sentido, visualizas las últimas imágenes y exhalas el último suspiro.
La aurora de la mañana ya se hacía notar con sus primeros rayos de luz que penetraban tímidamente entre las rendijas de la persiana. Como todas las mañanas, el despertador también quería ser protagonista de esa rutina diaria y deleitaba a Ismael con un contundente chillido. Ismael odiaba ese ruido, no por pereza, sino porque siempre coincidía con el momento culminante de su sueño.
Cuando Ismael se levantó pudo ver un bello día primaveral que custodiaba las calles de Madrid e intuyó, por ignorancia, que el día iba a transcurrir como otro cualquiera. La tranquilidad fue interrumpida por una visita inesperada.
-Buenos días, es usted Ismael González.-preguntó un fornido policía.-
-Sí, ese soy yo, ¿hay algún problema agente?
-Me temo que sí. Le tenemos que dar una mala noticia. Su hermano ha muerto.-le comunicó un atlético y robusto comisario.
En ese momento un escalofrío recorrió el cuerpo de Ismael. El desconcierto no le permitía reaccionar.
-Señor González sentimos tenerle que comunicar esto.
-Pero, ¿dónde ha ocurrido?-indagó el chico.
-En Colombia.-contestaron los agentes.
-¡En Colombia! Imposible. Mi hermano vivía en Galicia.-respondió atónito Ismael.
-¿Su hermano es Rodrigo González?
-Sí
-Lo sentimos, pero es él. Apareció muerto en un apartamento en la ciudad de Medellín en Colombia hace dos días. En los alrededores del lugar del crimen también se halló el cuerpo de una mujer. En las próximas horas el cuerpo será repatriado. Ya se le ha realizado una autopsia y las pruebas revelan que la muerte fue causada por un tiro. Todo apunta a un ajuste de cuentas de algún traficante de droga. Continuaremos la investigación y en los siguientes días le llamaremos.-los policías se marcharon dejando solo a Ismael.
Ismael y su hermano habían tenido una infancia difícil. Su padre era alcohólico y había derrochado todo el dinero de la familia, y su madre había sido una mujer maltratada. Un día, su padre había desaparecido y ellos tuvieron que irse a un cubículo a vivir. Su madre había muerto cuando él tenía tan sólo seis años y desde ese momento Rodrigo había cuidado de él como un padre. Rodrigo era retraído intransigente y desconfiado, pero a la vez, comprensivo con su hermano y responsable. En cambio, Ismael era más sociable, extravertido y obsequioso. Rodrigo había comenzado a trabajar muy joven para que a su hermano y a él no les faltara lo más básico. Se había encargado de enseñar valores a Ismael y de obligarlo a ir al instituto. Ismael, gracias a la insistencia de su hermano, se había sacado el graduado de la ESO. Ahora, los dos trabajaban y, a la vez, Rodrigo estaba estudiando. Ismael vivía en Madrid, la ciudad natal de los dos hermanos, en cambio, Rodrigo, por razones de trabajo, se había trasladado a vivir a Villagarcía de Arosa, un pueblecito de la costa gallega.
La investigación carecía de sentido y además, la policía se limitaría a etiquetar a su hermano como traficante y no averiguarían nada más, ya que ellos pertenecían al grupo socia más mediocre. Las horas se hacían cada vez más eternas y la impotencia inundaba el cuerpo de Ismael. Ismael se sentía apesadumbrado, afligido y para él la espera se había convertido en un delirio.
A los pocos días ocurrió lo que Ismael había augurado. La policía archivó el caso ateniéndose a calificar el hecho como un caso aislado. Ismael estaba desconcertado. No estaba dispuesto a resignarse y las explicaciones de los comisarios no le convencían en absoluto. Su hermano y él estaban más distanciados que nunca pero él no estaba dispuesto a conformarse con evocar el recuerdo de su hermano como hecho aislado. Ismael iría al pueblecito donde vivió su hermano para conocer la verdadera historia de Rodrigo y averiguar que relación tenía su hermano con aquella mujer.
Rodrigo había llegado a Villagarcía atraído por las campañas de viñedos. Ahora estaba trabajando en una bodega y estaba matriculado en una academia. Vivía en un pequeño hostal. Hasta allí había llegado Ismael. El joven había estado hablando con la casera sobre su hermano. Ésta le había dicho que era un chico honesto que jamás había provocado ninguna disputa. La dueña le había facilitado información sobre los amigos más allegados de su hermano.
Por la tarde, Ismael se dirigió a la bodega y estuvo conversando con el mejor amigo de Rodrigo, Álvaro.
-Tu hermano era un buen colega, un chaval legal, pero en los últimos meses había estado muy raro. Apenas salíamos y de vez en cuando aparecía con heridas, algunas de ellas, de extrema gravedad.-explicaba Álvaro.-Para serte sincero tu hermano tenía problemas con Mario “El Cuco”.
-¿Quién es ese?-interrogó Ismael.
-Un traficante muy peligroso en Colombia. Aquí todavía no ha tenido grandes problemas con la madera.
-¿Qué clase de problemas tenía?-curioseó cada vez más impaciente Ismael.
-A tu hermano todo le iba bien hasta que empezaron a recortar la plantilla en la bodega. A Rodrigo lo echaron y dejó de estudiar en la academia. Necesitaba dinero e hizo negocios con Mario. Éste le proporcionaba droga y tu hermano la vendía al pormenor. Las cosas se torcieron cuando Rodrigo conoció a Lisa. Es la novia de Mario. Éstos se enamoraron y se veían a escondidas. El Cuco empezó a sospechar y le propinaba brutales palizas a tu hermano. Desde hacía ya varios días yo no tenía noticias de él hasta que vi a la policía merodeando por los alrededores y me enteré de todo.
Ismael estaba aturdido pero supo rápidamente lo que tenía que hacer, tenía que viajar a Colombia.
Cuando Ismael llegó al apartamento de su hermano la melancolía inundó todo su cuerpo, pero no debía dejar que la tristeza y la desesperación se apoderaran de él. Entonces se acordó de donde Rodrigo guardaba el dinero en la casa de Madrid, entre las láminas que formaban la puerta de su habitación. Y ahí estaba; un sobre con algo de dinero y una carta en la que Rodrigo expresaba el cariño que sentía por Lisa y su mayor temor: que Mario les encontrara. También en la carta decía que habían viajado a Colombia para conseguir algo de dinero que Lisa iba a extraer de las cuentas bancarias de Mario y así poder regresar a Madrid, pero nunca llegaron…
Hoy volvía a ser un pintoresco día, con múltiples sombras y colores que manejaba el majestuoso y radiante sol a su antojo. Hoy, Ismael tenía la sensación de que volvía a empezar la mima rutina pero con una excepción: Ismael mantenía vivo el recuerdo de su hermano en la memoria, siempre pensando en aquel hombre que no toleraba lo que no le parecía razonable y que luchaba por la justicia y por vivir dignamente.