Cuenta la tradición sanabresa que el lugar que hoy está ocupado por el lago fue, hace mucho tiempo, un valle donde se asentaba un próspero pueblo de campesinos, llamado Valverde de Lucerna.
Hasta allí llegó una noche oscura y fría un peregrino hambriento y cansado. Comenzó a llamar a todas las puertas solicitando cobijo, un poco de pan y un rincón junto al fuego donde dormir.
Los habitantes de Valverde de Lucerna Iban negándole uno a uno hospitalidad y cobijo, asustados de poner en peligro sus bienes o contaminándose por la pobreza del mendigo. Así fue sucediendo casa por casa, hasta que e peregrino llegó a una humilde casa en las afueras habitada por una pobre familia de panaderos. Le abrieron su casa, ofreciéndole cobijo y pan recién cocido. El peregrino les agradeció enormemente su gran gesto de hospitalidad y compasión y les confesó que no era ningún mendigo, si no Jesucristo en persona, que había llegado hasta Valverde para probar la compasión de sus ricos habitantes. Tal había sido la decepción al comprobar el enorme egoísmo que habitaba en sus corazones que había decidido castigarles. Advirtió a los miembros de la familia compasiva que huyeran, porque serían los únicos que se salvarían del desastre que él mismo provocaría.
Los panaderos huyeron con todas sus pertenecías y desde lo lejos pudieron divisar cómo surgía del fondo de la tierra un terrible torbellino de agua y cómo engrosó milagrosamente el agua de los ríos, hasta convertir el valle en un lago que dejó hundido bajo sus aguas el pueblo entero de Valverde de Lucerna.
Dicen los habitantes actuales de allí que en la noche de San Juan, cuando todo está en silencio, puede escucharse emergiendo del fondo de las aguas el sonido de las campanas de la iglesia del pueblo hundido, que recuerdan con aquel sonido el pecado que lo hizo desaparecer.
Leyenda recogida por: Iván Vara y José Francisco Sastre
Pueblo: San Juanico el Nuevo